Jardín de flores curiosas (1579) de Antonio de Torquemada (Coloquio VI)

TRATADO SEXTO
En que se dicen algunas cosas que hay en las tierras septentrionales dignas de
admiración, de que en éstas no se tiene noticia.
Interlocutores:
ANTONIO, LUIS, BERNARDO
ANTONIO. No podréis juzgar que me falta gana de serviros, pues yo he sido hoy el
primero que he venido a la buena conversación y a cumplir la palabra que os he dado.
LUIS. Siempre nos hacéis, señor, merced, y la de ahora no ha sido pequeña; que según
quedamos con gusto de la materia que ayer tratábamos, no tendremos hoy mal día en
acabar de entender las particularidades de ella que nos prometisteis.
BERNARDO. Bien será que nos sentemos a la sombra de estos rosales y jazmines, que
gocemos juntamente de la suavidad del olor que de sí dan, y asimismo gustaremos del
canto de los ruiseñores, que, cierto, no es música para perderse el tiempo que se pudiere
gozar de ella.
LUIS. El mejor canto es de todos los de las aves, si durare todo el año; pero, en cesando
los celos, cesa su armonía, lo que no hacen otras, que no dejan de cantar en todo tiempo.
BERNARDO. Será porque les parece que no tienen necesidad del canto sino el tiempo
que duraban sus amores, y quieren que las hembras los entiendan y vengan a su llamado.
LUIS. Según eso, queréis decir que las aves se entienden.
BERNARDO. ¿Y vos dudáis de eso? Pues así como los animales se llaman con los
bramidos y se conocen y vienen a juntarse, también las aves con el canto malo o bueno se
llaman y se juntan, y en fin, es entre ellas un lenguaje con que se entienden las unas a las
otras.
ANTONIO. Eso es cosa muy cierta, y tanto, que no solamente dejan de entenderse de sí
mismas, pero también de algunas gentes, como de Apolonio Tianeo se escribe que
también él las entendía.
LUIS. Por cosa imposible lo tengo.
LUIS. Yo os diré lo que acerca de eso he leído y en su vida se escribe, y es que, estando
Apolonio con otros amigos suyos en el campo y debajo de unos árboles, como ahora
nosotros estamos, vino un pájaro volando, y comenzó a chirriar o cantar con otros que
estaban en los mismos árboles, los cuales, juntos todos, comenzaron a hacer muy grande
estruendo con sus voces, y con una manera de regocijo, disparan y se van camino de la
ciudad. Apolonio se comenzó a reír de lo que veía, y sus compañeros le fatigaron que les
dijese de qué tenía aquella risa, que parecía que era fuera de propósito, y él les respondió
que no le había faltado para reírse, porque aquel pájaro que había venido trajera nuevas a
los otros que en el camino cerca de la ciudad, viniendo un molinero con un costal de trigo
cargado encima de un asno, se le había caído de manera que el costal se arreventó, y se
había vertido muy gran parte del trigo, y que con haberle cogido, había quedado mucho
revuelto con la tierra, y que los otros pájaros le habían dado las gracias e iban todos a
comer del trigo. A los compañeros se les hizo mal de creerlo, hasta que, volviéndose para
sus casas, hallaron donde el costal se había rompido y los pájaros comiendo en el trigo,
de la manera que él lo había dicho.
LUIS. Apolonio sabía mucho y por otra vía podría adivinarlo, que yo no pienso que las
aves tengan lenguaje con que se puedan entender tan particularmente, si no es con alguna
generalidad con que se llaman y se juntan cada género de aves; porque lo demás sería
darle algún uso de razón, y esto no se sufre en ellas, ni aun en los animales, los cuales, si
alguno tienen, no es verdadero, sino aparente.
BERNARDO. Dejemos esto, porque nos embarazamos, y el señor Antonio prosiga lo
comenzado de los pueblos septentrionales, que no es materia para que la embaracemos
con otra ninguna.
ANTONIO. Bien sería si yo estuviese tan instructo en ella que pudiese tratarla tan
particularmente como se requiere, y aunque la culpa sea de lo poco que yo sé y entiendo,
tampoco quiero decir que la tengo toda, porque la gran confusión de los autores que la
escriben y tratan, así antiguos como modernos, me hará que yo también vaya confuso,
como ya ayer lo entendistes; que, cierto, es cosa de ver la diferencia que llevan entre sí;
porque para concordar a Tolomeo, Solino, Estéfano, Dionisio, Rufo, Festo Avienio,
Heródoto, Plinio, Anselmo, Estrabón, Mela, y a otros muchos que antiguamente
escribieron, sería necesario un juicio divino: que los unos, nombrando las naciones y
provincias, no hacen más que nombrar una y decir; «y después de éstos, y otros encima
de éstos, y otros a los lados de éstos, y los que se declaran, es de manera que tampoco
podemos entender los nombres antiguos con los modernos: porque con muy gran
dificultad sabremos ahora cuáles son los getas, y los masagetas, los nomades, los escitas,
los sarmatas; y así, hemos de ir adivinando conforme a los nombres que ahora tienen:
porque autor hay que no da a la provincia de los escitas más de setenta y cinco leguas en
ancho, y otros autores hay que casi todas estas regiones y provincias, o las más de ellas,
las cuentan debajo de ellos, y así, no sin causa, dice Plinio, hablando de estas tierras
septentrionales, que son de tanta grandeza, que se podrían contar por otra nueva parte del
mundo, como ya lo habemos dicho; aunque Plinio no llegaría a lo interior de la tierra
hacia el Norte, como ahora está descubierto.» Y dejando esto, en lo que está sabido, visto
y entendido, hay no pequeñas diferencias en poner y pintar unas provincias más
septentrionales que otras; y así, algunos ponen a Noruega; pero esto es por la costa,
rodeando por la vía del Occidente para dar la vuelta al norte; otros a Selandia, y en poner
a Doacia, o a Dania, a Gocia y a Suecia y las provincias que llamamos Rusia y Prusia;
aunque, a manera de decir, están cabe nuestras casas, no se conforman; y si ellos entre sí
se entienden, es de manera que nosotros con muy gran dificultad podremos entenderlos; y
si alguno habla de vista, es de alguna parte de estas provincias, y todos o casi los más
hablan de oídas. Y porque no hay parte en la tierra donde no haya algunas cosas que,
siendo en ellas muy comunes para los extraños y que nunca los han visto, no dejan de ser
maravillosas para los que de nuevo las oyen, quiero contaros alguna que los autores que
hacen mención de esta tierra escriben, con las cuales podremos pasar la buena
conversación de esta tarde como las pasadas. Y la primera es, que los hombres de estas
tierras o la mayor parte son de muy grandes estaturas, bien proporcionados y hermosos de
rostros, y entre ellos hay muchos gigantes de demasiada grandeza, y cuanto más entraren
en la tierra adentro, dicen que se hallarán mayores. De éstos hacen mención Saxo
Gramático y Olao Magno, y principalmente de uno que se llamó Arteno y otro
Estarchatero, y de Angrimo y Arvedoro, a los cuales hacen tan grandes y de tan gran
pujanza de fuerzas, que llevar un buey o un caballo en el hombro no le estimaban en
nada, aunque fuesen camino muy largo. Y también hay mujeres de las mismas fuerzas, y
que se han visto tomar con una mano un caballo y un caballero armado y alzarlos y
derribarlos en tierra; y de éstos y de otros escriben estos autores particulares hazañas y
dignas de memoria, que, por no hacer a nuestro propósito, no hay para qué referirlas. Y
así, dejando esto, digo que la continuación de las nieves en todas las tierras
septentrionales es tan grande, que en todas las sierras y lugares altos nunca faltan en todo
el año, y muchas veces en los valles y lugares bajos; y con ser tan grande la frialdad,
nunca deja de haber muy buenos pastos para las bestias fieras y mansas; de manera que se
sustentan sin haber falta, porque las hierbas son de calidad que la misma frialdad las cría
y aumenta la Naturaleza, y esto todo es muy tolerable a las gentes, en comparación de la
fuerza del viento cierzo que la mayor parte del año corre en algunas provincias, y algunas
veces con tan crecida violencia, que arranca los árboles y levanta las piedras grandes de
la tierra y las junta y hace montones de ellas, y los que caminan corren peligro de las
vidas, y el remedio que tienen es meterse en algunas cuevas o escondrijos debajo de
peñas, adonde se amparan de las tempestades; las cuales vienen a crecer algunas de
manera, que en el mar Bothnico, que aunque está cerca del mar helado es navegable, se
ha visto muchas veces alzar el viento una nao en el aire y dar con ella en tierra, cosa que
parece increíble, si autores muy grandes no la dijesen; y otras veces levantar los montes
del agua y dar con ellos sobre las naves y anegarlas, tomándolas debajo de sí, y levantar
los techos de las casas y llevarlos muy lejos; y lo que es más, los techos de los templos,cargados de plomo y de otros metales, han sido arrancados y llevados con tanta facilidad
como si fueran ligeras plumas; y los hombres armados y a caballo no tienen más defensa
y amparo contra el viento que si fuesen una muy liviana caña, que o los trastorna
fácilmente, o lo lleva contra su voluntad a dar en algunos hoyos o despeñaderos; y así, en
algunas partes de Noruega que están descubiertas a este viento no nace, o a lo menos, no
crece árbol ninguno: porque luego los quiebra y arranca. Las gentes que habitan en
aquellas partes por falta de leña hacen fuego con los huesos de pescado grandes que
matan; y la frialdad causada por este viento, porque pocas veces corren otros, es causa
que la mayor parte del tiempo estén helados los ríos y estanques y lagos, y aun las
mismas fuentes apenas despiden de sí el chorro de agua cuando está luego helada: y
cuando con la fuerza del sol se derrite alguna nieve, hácense por encima de la que queda
unos hielos tan grandes y tan duros, que con los picos que quiebran las piedras apenas
pueden quebrarse: y así, los mancebos, cada año en el invierno, juntan muy grandes
montones de nieve en un campo raso, puesta por concierto, de tal manera, que después
cuando se derrite y se convierte con el hielo en el carámbano cristalino que he dicho, o
cuando de industria después que hacen en el edificio con la nieve, echan agua encima
para que se hiele, hace que el hielo sea más duro y claro y transparente, y así, hacen un
castillo o fortaleza con todas las cosas necesarias para ellas, y está toda tan firme, como si
fuese de cal y canto; y allí se pone una compañía de los mancebos para defenderla, y otra
de fuera para combatirla, y esto con todos los aparejos y pertrechos de guerra, habiendo
grandes precios de una parte a otra para los vencedores; y de esta manera se ejercitan para
las cosas de la guerra y se hacen diestros y hábiles en ello y triunfan los vencedores de los
vencidos; y a los que hayan que son temerosos, los compañeros los hinchen de nieve,
metiéndosela debajo de las camisas para hacerles perder el miedo. Hay en todas las
tierras septentrionales muchos lagos y estanques de mucha grandeza: porque hay algunos
de a cien millas en largo, y los de treinta y cuarenta millas no los tienen por grandes.
Éstos se hielan todos de tal manera, que en todos ellos pueden caminar a pie y a caballo
el tiempo que dura el hielo; y no solamente hacen esto, pero pueden correr los caballos; y
así, en ciertos lagos que están en la provincia de los ostrogotos y vestrogotos corren
palios con muy gran número de caballos que tienen para ello; y aunque es imposible dejar
de resbalar y caer algunos, son pocos, porque los caballos van herrados de manera que se
sustentan encima del hielo; y no solamente hacen esto, sino que también hay escaramuzas
a caballo, y se han dado y hecho batallas de veras sobre los mismos lagos; y asimismo en
muchos de ellos, en ciertos tiempos señalados, se hacen ferias y viene gran concurso de
gentes extranjeras, las cuales se juntan para vender y comprar sus mercaderías encima de
estos lagos. La causa por que lo hacen y no se aprovechan de los campos de la tierra para
este efecto yo no la sabría decir: creo que la antigüedad y la costumbre deben de
prevalecer; o lo que dice Juan, Arzobispo Upsalense y antecesor de Olao, que una reina
de Suecia llamada Disa, mujer de gran discreción, viendo un año que todos los frutos se
habían perdido en su reino, mandó a los vasallos que fuesen a otros reinos y llevasen
mercaderías de la tierra para traer mantenimientos y publicasen franqueza para los que
trajesen a vender, y como viniesen muchos extranjeros y fuesen en tiempo que el río
estaba helado, señaló aquel lugar para que las ferias se hiciesen en él, lo cual dura hasta
estos tiempos. Y lo mismo debe ser en los otros lagos, de los cuales hay muchos y muy
maravillosos en esta tierra del septentrión, y de manera que en todo lo poblado del mundo
no se sabe que haya otros semejantes a ellos; y dejando aparte un lago de grandísima
grandeza que está cerca del Polo y se llama el lago Blanco, que se puede comparar a otro
mar Caspio, del cual gozan muchas provincias y tierras en tener en él sus pesquerías y
también cazas de muchas aves que en él andan, y a los moscovitas les cabe su parte y
llegan a aprovecharse de él; también hay en las montañas de las provincias de Bothnia
lagos de trescientas y cuatrocientas millas en largo, adonde se pesca en tanta abundancia,
que si pudiesen llevarlo proveerían con él medio mundo, y así, proveen muy gran parte
de aquellas regiones. Y sin esto, asimismo en esta otra tierra que no está tan cerca del
Norte hay lagos muy notables, y entre ellos son tres de quien mayor memoria hacen los
autores. El uno que se llama Vener: tiene el largo 130 millas, que son 44 leguas, y casi
otras tantas en ancho; tiene en sí muchas islas y muy bien pobladas con ciudades y villas
y fortalezas y muchas iglesias y monasterios; porque todos estos tres lagos están en tierra
de cristianos, aunque acá tenemos poca noticia de ellos. Entran en este lago veinte y
cuatro ríos caudales y todos ellos no tienen más de una sola salida, la cual es con tan
grandísimo estruendo, por entre unas peñas, cayendo de unas en otras, que se oye de
noche a siete leguas y ensordece a los que habitan allí cerca; y así, se dice que hay
algunas aldeas o lugares pequeños de pescadores adonde los más, por esta causa, son
sordos. Llámase la salida de estos ríos en lengua de aquella tierra, trolleta, que quiere
decir cabeza de demonio.
Otro lago, que se dice Meler, está entre Gocia y Suecia, que tiene todas las riberas
pobladas de mineros de metales, así de plata como de los otros, y por esto es fama que los
reyes de estas provincias tienen grandísimas riquezas. El tercero lago, que se llama Veter,
también es abundante de mineros en el lado que mira hacia el septentrión, y sus aguas son
tan puras y claras, que aunque es muy hondo, echando un huevo o una piedra blanca en él
se deja ver, como si no hubiese agua en el medio que lo estorbase. Tiene este lago en sí
algunas islas pobladas, y entre ellas una donde hay dos iglesias parroquiales: y porque en
una de éstas hay una cosa maravillosa, según Olao lo cuenta, me parece que no será bien
dejar de decirla. Y es que en esta isla vivía uno que se llamaba Catillo, hombre tan
famoso en la arte de nigromancia, que decían ser imposible hallarse otro en el mundo que
le hiciese ventaja. Éste tuvo un discípulo que se llamó Gilberto, al cual enseñó tanto de su
ciencia, que vino a tener presunción y soberbia de competir con su maestro y en algunas
cosas sobrepujarlo; y, indignado el Catillo de ver su desvergüenza e ingratitud, como
siempre los maestros guardan algunos puntos para sí solos, en un instante, le ligó los pies
y las manos y todo el cuerpo, que, sin cadena ni prisión ninguna, sino con solas palabras,
no pudo más menearse, y así le metió en una cueva muy honda y larga que está en esta
iglesia, donde permanece hasta hoy; y según la opinión común, está siempre vivo, y allí
van muchas gentes, así de la tierra como de otras partes, solamente por verle y saber de él
algunas cosas, y con hachas o velas encendidas puestas en linternas, y llevando un ovillo
grande de hilo, el cual dejan primero atado a la puerta, desenredándose para tornar
después a acertar la salida, entran por la cueva, que va muy profunda, llena de muchos
escondrijos; y porque la humedad y el frío y también un hedor muy grande hacía tanto
daño a los que dentro entraban, que algunos salían casi muertos, hicieron una ley, con
muy grandes penas, que nadie pudiese entrar de los naturales, ni diese consejo ni favor a
los extranjeros para que entrasen.
LUIS. Esa es una de las obras del demonio: que ese Gilberto debió de morirse luego; y el
hedor que decís que hay en la cueva será del cuerpo muerto y de los humores que estarán
corrompidos de otras causas; y el demonio responderá a las preguntas dando a entender
ser Gilberto; que aunque los encantamientos tengan fuerza para hacer lo que habéis
dicho, no la tendrán para preservar la vida más tiempo de lo que por Dios estuviere
determinado.
ANTONIO. Vos tenéis razón; y cierto, en esta tierra parece que el demonio está más
suelto y tiene mayor libertad que en otras partes; y así, quieren decir algunos que es la
principal habitación de los demonios, conforme a la autoridad de la Sagrada Escritura,
que dice: «De la parte de Aquilón ha de salir y descubrirse todo el mal.» Y también dice
Zacarías, en el capítulo segundo: «¡Oh, oh, oh, huid de la tierra de Aquilón!», aunque
estas autoridades comúnmente se entienden porque de aquellas partes ha de venir el
Anticristo, que tan mortal enemigo ha de ser de todos.
LUIS. ¿No se os acuerda de lo de Isaías, en el capítulo catorce, donde dice, hablando con
Lucifer: «¿Tú eras el que decías en tu corazón: subiré en el cielo y pondré mi silla sobre
las estrellas y sentarme he en el monte del testamento, en los lados y escondrijos del
viento cierzo o Aquilón?»
BERNARDO. Esas autoridades tienen tantas interpretaciones y aplícanse por tantas
causas, que bien podremos decir que se dijeron por la que vos decís; que, según tratamos
en una de las conversaciones pasadas, hay muchos hechiceros y nigrománticos en todas
las tierras del Norte.
ANTONIO. Todos los de las provincias de Biarmia, Scrifinia y Finmarchia y otras que
están junto a ellas, según la fama común ejercitan esta arte de nigromancia,
principalmente los de Finlandia y Laponia, de los cuales dice un autor que parecía haber
tenido a Zoroastes por maestro, y que éstos, a los negociantes que venían por la mar a sus
riberas, cuando tenían vientos contrarios, se los solían vender prósperos por dineros y
mercanduría; porque hacían tres nudos en una cuerda, y cuando desataban el uno, corría
el viento que querían; y si desataban el segundo, el viento era más furioso; y desatando el
tercero, las tempestades eran tan grandes, que las naos se perdían y anegaban. Y así,
todos los navegantes holgaban y procuraban de tener amigos en aquellas tierras,
pareciéndoles que en su mano estaba ser próspera su navegación, o correr fortuna y
tormenta, porque en esto tenían a los demonios muy sujetos. Y también, cuando alguno
quería saber alguna cosa de otras partes o naciones muy remotas, había entre estas gentes
hombres que, siendo pagados, se encerraban en una cámara, llevando a su mujer consigo
u otra persona de quien se fiasen, y en un yunque que tenían, comenzaban a dar con un
martillo en una rana o serpiente o otra figura de metal, y diciendo ciertos versos y
haciendo ciertos signos, se caían en tierra como muertos, y la compañía que tenían
guardaba y procuraban que estando así no les tocase mosca ni otro animal ninguno, y
cuando tornaban a volver en sí, daban señas de todo aquello que de aquella tierra o casa
adonde iban les era preguntado, de manera que siempre lo hallaban ser verdad; y esto
usaban públicamente, hasta que recibieron la fe cristiana, que después si lo hacen es con
mucho secreto y miedo del castigo que se les da por ello. Y así, en las provincias que casi confinan con ellos y están más cerca de nosotros hay muchos nigrománticos que duran
hasta el tiempo de ahora, entre los cuales hacen memoria los autores de algunos muy
señalados, y uno fue Enrico, rey de Suecia, casi en nuestros tiempos, el cual tenía tan
sujetos a los demonios, que entre otras muchas cosas que hacía, cuando quería que el aire
se mudase, no tenía necesidad sino quitar el bonete de la cabeza, y de la parte que con él
señalaba, se volvía luego; y por esta causa de la gente común no era llamado por otro
nombre sino Bonete ventoso. Éste tuvo un yerno que se llamaba Regnero y fue rey de
Dacia y conquistó muchas tierras con armas por la mar, las cuales nunca tuvieron viento
contrario todas las veces que quiso navegar: porque su suegro le daba el viento que
quería; y después de su muerte, fue también rey de Suecia. De una mujer llamada
Agaberta, hija de un gigante que se decía Vagnosto, que habitaba en las tierras más
septentrionales, dicen todos los que de ella hablan, que era tanta la fuerza de sus
encantamientos, que pocas veces era vista en su propia figura, sino que algunas parecía
una vieja, muy arrugada y muy pequeña, que no se podía mover; y otras, muy amarilla y
enferma; y a veces, tan grande, que parecía llegar con la cabeza a las nubes; y que así, se
mudaba en todas las formas que quería, con tanta facilidad como los autores fabulosos
escriben de Urganda la Desconocida; y según las cosas que hacía, era opinión entre las
gentes que podía en un instante oscurecer el sol y la luna y estrellas, allanar las tierras,
trastornar los montes, arrancar los árboles, secar los ríos, y hacer otras cosas semejantes,
tan fácilmente, que parecía tener atados y aparejados todos los demonios a su mandado.
De otra, llamada Graca Norvegiana, se decía lo mismo. Y Froto, rey potentísimo de
Gocia y Suecia, murió a la ribera del mar, andándose paseando herido de los cuernos de
una vaca, la cual se averiguó verdaderamente ser una hechicera convertida en ella; la
cual, por cierto agravio que pretendía haber recibido de él, se quiso vengar de aquella
manera. De otro, que se llamaba Hollero, se escribe que, según las cosas que hacía, era
entre los de la tierra tenido por hombre más que mortal, y casi le honraban como a Dios;
pero, al fin, se desengañaron, porque unos enemigos suyos le cortaron la cabeza y le
hicieron pedazos: que el demonio que les ayuda en sus malas obras, les desampara al
tiempo de la necesidad. Othino, que era tenido por el mayor de todos los nigrománticos,
trajo a Hadingo, rey de Dania, a su reino, de donde estaba desterrado en tierras muy
apartadas y remotas, y ambos vinieron en un caballo caminando sobre las aguas de la
mar, y dio orden cómo fuese restituido y recibido de los suyos; y en una batalla que tuvo
con Haquino, rey de Noruega, hizo venir este Othino con tanto granizo una nube, el cual
daba con tan gran fuerza en los rostros de los enemigos, que fácilmente fueron
desbaratados y huyeron.
Y no hay para qué gastar el tiempo en decir más de esta gente, discípulos de los demonios
y que tan familiarmente habitan entre ellos y tratan con ellos, y donde cada día se ven
visiones y fantasmas que engañan a los caminantes, apareciéndoles en forma de algunos
amigos y conocidos, desapareciendo al mejor tiempo, de manera que parece tener el
demonio en estas tierras septentrionales mayor dominio y soltura que en otras ningunas.
LUIS. Yo me acuerdo que leyendo en cierto autor, el cual contaba algunas cosas
maravillosas, decía una: y era que en cierta parte de estas tierras había una montaña muy
grande, rodeada toda de la mar, que no quedaba sino una entrada muy angosta de la
tierra, de manera que casi parecía isla; y que estaba esta montaña llena de árboles, tan
espesos y tan altos, que parecía tocar casi en las nubes; y que había un ruido tan grande
en ella, que en la tierra, con más de tres o cuatro leguas, ninguna persona tenía
atrevimiento para acercársele; y que también los navíos que por allí pasaban navegando,
con temor se apartaban; y que por todos estos árboles se veían tan grande abundancia de
unas aves negras muy grandes, que casi los cubrían, y que cuando se alzaban en el aire
hacían una nube tan grande, que escurecía en gran parte la claridad del sol; y que daban
unas voces tan temerosas y espantables, que hacían tapar los oídos a los que las oían,
aunque estuviesen lejos de ellas; y que nunca se apartaban ni salían fuera de esta
montaña, la cual estaba siempre cubierta de alguna oscuridad, a manera de niebla,
diferenciándose de la otra tierra que estaba cerca de ella; y que algunos querían decir que
ésta era cierta parte del infierno, adonde se atormentaban las ánimas condenadas. Aunque
esta opinión sea falsa, no deja de tener en sí algún gran misterio la novedad y estrañeza
de esta montaña que las gentes no lo alcanzan.
BERNARDO. Éstas son cosas que tienen secretos que no hay para qué inquirir y
escudriñar las causas de ellos; como es lo que hay en unos montes que están como yo he
leído en una provincia que se llama Argermania, en las partes más septentrionales, los
cuales son tan altos, que los que navegan por el mar Bothnico, de muy lejos que los vean,
huyen con gran cuidado de llegarse a ellos, por un secreto maravilloso que en sí tienen; y
esto es un ruido y estruendo tan medroso y espantable, que se oye muchas leguas; y los
que van por la mar, si por alguna fuerza de vientos, o por otra causa son forzados a pasar
cerca, aquel estruendo es tan horrible, que muchos mueren de no poder sufrirlo, y otros
quedan sordos, y otros, enfermos y turbados en el juicio. Y los que andan por la tierra y
conocen estos montes, que siempre en sus cumbres están llenos de nieve, apártanse y
aléjanse por el peligro que podría sucederles; y también el ruido grande los avisa; y
algunos mancebos curiosos se han atrevido a ir en navíos pequeños, tapados muy bien los
oídos con cera y con muchos dobleces de tocas encima y otros defensivos, a querer
entender la causa de este secreto, y les ha sucedido de manera que ninguno ha escapado
de la muerte, y así, los otros han escarmentado para no ponerse en aquella aventura. Y lo
que se sospecha que puede causar esta maravilla es que hay algunas hendeduras y cuevas
en las peñas de aquellos montes, y que el flujo y reflujo del agua que combate con el
viento, el cual no tiene por dónde poder expirar, hace aquel son tan temeroso y
espantable; y esto se entiende porque cuanto mayor fuete la tormenta en la mar es
también mayor el ruido; y cuando hay más bonanza, no se siente tanto. Hace mención de
estos montes Vicencio, en el Especulo historial, aunque no lo encarece tanto como los
autores modernos que afirman haberlos visto.
LUIS. Paréceme que es eso otro peligro conforme al del Caribdis, aunque éste debe ser
más espantable y temeroso, pues que los aullidos son mayores y se oyen de más lejos; y
bien creo yo que el flujo y reflujo debe de llevar para sí los navíos y anegarlos, aunque no
habéis hecho mención de ello.
ANTONIO. Paréceme que cada uno de vosotros ha visto y leído algunos autores de los
que escriben cosas de estas tierras septentrionales; y pues que viene al propósito, quiero
contaros una que no será menos admirable que las pasadas: y es que en una ciudad que se
llama Viurgo, que está muy cerca de la provincia de Moscovia, hay una cueva que llaman
Esmelen, de una virtud tan secreta, que espanta, y ninguno hasta ahora ha podido saber ni
alcanzar el secreto y causa de ella. Y es que, echando algún animal vivo dentro, es tan
horrible el sonido, que si disparasen tres mil tiros gruesos de artillería juntos no darían
con gran parte tan gran trabajo a los que lo oyesen; porque si no están apercibidos
teniendo las Orejas tapadas con muy grandes reparos, ninguno deja de caer en tierra
amortecido, y muchos quedan muertos del todo, y otros sin juicio y otros que no pueden
volver en sí tan presto, y cuanto mayor fuere el animal, son mayores los bramidos y
estruendos que hace. Tiene esta cueva un muro muy fuerte alrededor, las puertas con
candados, de los cuales una llave está en poder del Gobernador y los regidores tienen
cada uno la suya: porque de otra manera podrían suceder desastres por donde la ciudad
podría venir a despoblarse, la cual, aunque es muy fuente y bien murada y torreada, la
mayor fortaleza que hay en ella es esta cueva; y no hay enemigos tan poderosos que se
atrevan a cercarla por lo que saben que a otros que han tenido osadía de hacerlo les ha
sucedido: y es que, estando cercados de grandes ejércitos y sin esperanza de defender su
ciudad, acordaron de aprovecharse de la propiedad y virtud de esta cueva, y tapándose
todos los que dentro estaban, por edicto público, los oídos, de manera que parecía
imposible poder oír ninguna cosa, una noche que los enemigos estaban muy descuidados,
echaron dentro algunos animales, y aquel ruido, que parecía salir del centro del infierno,
hizo tan grande efecto en ellos, que muy gran parte murieron, y los otros, espantados y
atemorizados, dejando las armas que en sus estancias y reales tenían, comenzaron a huir
sin orden ni concierto, y de manera que si los ciudadanos quisieran seguirlos, pudieran
matarlos a todos; y aunque ellos no dejaron de recibir también algún daño de aquel
estruendo infernal, fue tan poco, que casi no lo sintieron, con el apercibimiento que
tenían hecho y con la alegría de verse libres del trabajo en que habían estado; y así, todos
los que tienen noticia de esta cueva temen la virtud y propiedad de ella y procuran la
amistad de los de la ciudad, sin intentar de hacerles daño.
BERNARDO. En verdad, que es cosa que espanta; y lo principal con ver que
alcanzándose otros muy grandes secretos de naturaleza, no solamente en la tierra sino
también en el cielo, éste sea tan escondido a nuestros juicios y entendimientos, que
ninguna razón suficiente se pueda dar de ello.
LUIS. Dejemos estos secretos al que los hace, pues no sirve de que nosotros los
entendamos.
ANTONIO. Vos habéis dicho muy bien; porque cuanto más pensáremos en ellos, será
confundir los entendimientos sin provecho ninguno; y a nosotros bástanos saber que estas
cosas secretas y maravillosas son obra de Dios, mostradas por naturaleza, sin que nuestro
juicio pueda alcanzarlas. Y porque no quebremos el hilo de decir las maravillas que hay
en esa tierra, sabed que en los lagos y estanques grandes que habemos dicho que se
hielan, queda muchas veces el aire encerrado, el cual, moviéndose y discurriendo entre el
carámbano y el agua, causa y hace también unos truenos que a los que no supiesen la
causa de ellos, los atemorizan, porque no son menores que los que de las abiertas nubes
con los relámpagos vienen a nuestros oídos; y algunas veces, por estar más cerca, parecen
mayores y tienen tan gran fuerza, que el hielo revienta y se hacen algunas hendiduras por
donde este viento expira; y los que caminan sobre el hielo, cuando las sienten y llegan cerca de ellas, van rodeando, hasta que les parece que están seguros y siguen su camino
adelante. Y aunque todos estos lagos y estanques se comienzan a deshelar poco a poco
cuando viene el verano en aquella tierra, el lago que se llama Veter se deshiela
diferentemente: porque parece que en lo hondo tiene algún secreto o propiedad oculta,
que tampoco se entiende: porque, comenzando a bullir el agua desde lo bajo y hacer
algún ruido, como cuando hierve, en muy poquito espacio de tiempo sube arriba y
quiebra todo el hielo, por muy fuerte y duro que esté, y se hace el carámbano en partes
tan pequeñas, que muchas
veces los que aciertan en aquel día a caminar por él, quedan en una de ellas, en la cual se
sustentan como en una tabla, y algunos de ellos perecen si no son socorridos con barcos,
que luego, en viendo el lago deshelado, van a socorrer a los que estuvieren en esta
necesidad. Y así, acaeció una vez que a un caballero muy principal, con cinco o seis
criados suyos, todos a caballo, caminaban por este lago a una villa que en una isla de él
estaba, y por otra parte iba un villano con dos bestias cargadas de heno, y como era de
aquella tierra y tenía experiencia de algunas señales que el lago hacía a la hora que quería
deshelarse, sintió un poco de ruido del agua; y, teniendo en más la vida que la hacienda,
dejando las bestias, comenzó a correr con toda la furia del mundo hacia la ribera, que
estaría lejos de él como media legua. El caballero y los suyos, que estaban muy gran
trecho más adentro en el lago, tuvieron por cierto que era algún ladrón que llevaba las
bestias hurtadas, y que con miedo de haberlos visto, huía, y pusieron las piernas a los
caballos, yendo tras él con muy gran agonía para prenderle. El villano, que corría muy
bien, dióse tan buena maña, que no le pudieron alcanzar hasta que llegó a la ribera y
estaba ya fuera del lago; y como allí le tomaron, comenzáronle a fatigar que les dijese la
causa por qué huía, dejando las bestias desamparadas. El villano, que iba muy cansado,
después que pudo cobrar el huelgo, les dijo: «Esperad un poco, que, sin que yo os lo diga,
lo veréis luego.» Y así, en un instante, comenzó a bullir el agua, y el hielo a
desmenuzarse, y las bestias que quedaban cargadas con el heno, a vista de todos se
hundieron, y el villano, muy contento, les tornó a decir: «Yo quiero más que se ahoguen
ellas que no yo. Y porque entendí que no tenía tiempo para salvarlas, por las señales que
sentí, quise poner mi vida en salvo.» El caballero, muy maravillado de lo que veía,
pareciéndole que Dios misteriosamente le había salvado con todos los suyos por medio
de aquel villano, y que, si él no fuera, se hundieran y anegaran, dio muy grandes gracias a
nuestro Señor por la merced que le había hecho, y llevando al villano consigo, no
solamente le pagó la pérdida de las bestias, sino que también le dio hacienda, con que de
allí adelante vivió muy rico en el estado que tenía.
LUIS. Por diversas vías hace Dios merced a los suyos; y este caballero alguna buena
obra había hecho, pues fue servido de pagársela en salvarle en tan manifiesto peligro, con
ver huir al villano.
BERNARDO. A mí espantado me tiene la naturaleza de ese lago, y que un hielo tan
fuerte, que un día antes y aun aquel mismo día pudiera sostener en sí un ejército sin
hundirse, en una hora se quebrase y deshiciese. Y, dejando este misterio, asperísimo debe
ser el frío que tan grandes y fuertes hielos hace.
ANTONIO. Dejemos aquellos de la mar que está de la otra parte del Norte o debajo de
él, que comúnmente llaman la mar cuajada o helada, que todo el año, o, a lo menos, la
mayor parte de él debe de estar así, según la opinión común, que yo no pienso que es sino
lo que he dicho, que el tiempo que el Sol estuviese encima de ella hiriéndola con sus
rayos, estará deshelada; y vengamos a las tierras y mares que, aunque las llamamos
septentrionales, están cerca de las nuestras, y que, como ya habéis entendido, son todas o
casi habitadas de cristianos, y que están en el término que los cosmógrafos antiguos
ponen a nuestra Europa. Y cierto, los fríos son tan grandes y tan ásperos en ellas, que
parece imposible poderse tolerar ni sufrir; pero la costumbre puede mucho; y así, los
moradores de aquellas provincias no lo sienten tanto que reciban daño. Y si leéis a
Alberto Grantcio, en su historia de estas tierras, cuenta de algunos años en particular en
que los fríos fueron tan excesivos, que no solamente se helaron los ríos y lagos, pero
también la mar, de manera que ningún género de navío podía navegar por ella, y que
caminaban a caballo por cima de los grandes hielos de unas provincias a otras, llevando
aparejos para hacer fuego; y cuando tenían necesidad de agua, salían en tierra o dentro en
la misma mar, derretían algún carámbano de agua dulce, con que se sustentaban. Y no
penséis que estos hielos eran solamente a la marina, porque esto comúnmente y muchos
años suele acaecer, y en otras partes más lejos del Norte, sino que estos años parece que
toda la mar, muchos millares de leguas dentro, estaba cuajada y helada, y la tierra
también estaba tan apretada para poder producir los frutos, que con muy gran trabajo
podían sustentarse; y así, hubo mucha hambre y mortandad, principalmente en los
ganados; y vino a tanto lo del hielo, según este autor dice, que había en la mar, por donde
las gentes caminaban, hosterías y mesones hechos con todas las provisiones necesarias
así para comer como para poderse albergar las noches, cosa que parece dificultosa de
creer.
LUIS. No entiendo yo por qué causa los que pueden caminar por la tierra quieren hacer
camino ninguno por la mar cuando está helada, pues no van tan seguros ni pueden hallar
las comodidades necesarias tan bien como caminando por la tierra.
ANTONIO. En lo que toca a los lagos y estanques, respondido estáis: porque no pueden
entrar ni salir sino por el agua. Y en lo que toca a la mar, tampoco faltarán bastantes
razones: y la principal será por el camino más corto, sin cuestas ni valles y sin rodeos; y
no penséis que les faltan las cosas necesarias, que no faltarán personas que, por causa de
la ganancia, tengan provisiones bastantemente en los caminos de la mar, cuando
entendieren que ha de haber gentes que caminen por ellos. Y sin esto, así los de a caballo
como los de a pie, caminan con mayor ligereza; y los de a pie, cuando quieren, caminan
como por la posta, tanto, que no hay caballo que corriendo haga más camino que ellos.
LUIS. ¿No entenderemos cómo puede ser esto?
ANTONIO. Yo os lo diré: y cierto, es una invención que holgaréís de oírla. Los que han
de caminar apie encima de los hielos, si quieren hacer con brevedad un camino, toman un
madero rollizo de una madera muy fuerte, y por sola una parte es llano, sobre la cual
asientan los pies, atando el pie siniestro al madero y llevan el derecho suelto, en el cual
llevan un zapato hechizo, y a la punta con un hierro hecho de tal manera, que aunque den
un gran golpe en el madero, ningún daño recibe el pie, porque da en hueco; y en las
manos llevan unos bordones grandes, como medias lanzas, con tres puntas muy agudas al
cabo, y proveyéndose de lo necesario para el camino, yendo uno solo o muchos en
compañía, puesto cada uno encima de su palo, sacan el pie derecho atrás y danle un muy
gran puntapié, y el palo rollizo comienza a resbalar por el hielo, con tan gran ligereza,
que algunas veces no para en tanto trecho como un grandísimo tiro de ballesta, y aún
más; y cuando sienten que el madero va parando, dan con el bordón en el hielo, hincando
las tres puntas en él, que de otra manera caerían, y, tornando a componerse, vuelven a dar
otro golpe; y así, en una hora, caminan tres y, cuatro leguas. Y cuando van algunos
juntos, caminan a porfía de quien da mayor vaivén con el pie, y danse grita los unos a los
otros, y así, no sienten tanto el trabajo del camino. Otros llevan algunas bestias con unos
tabladillos bien hechos, en los cuales pueden caber dos o tres personas, y se van
deleznando por el hielo, de manera que, sin menearse, a la manera de los que acá andan
encima de los trillos, hacen sus jornadas muy a su placer, porque los tablados no hallan
cosa ninguna en que tropezar ni que pueda impedirles el camino.
BERNARDO. ¡Cuántas cosas son las que necesidad inventa, y para los que no han visto
eso, aparecerles ha la mayor novedad del mundo! Pero los que cada día las ven y hacen,
no las estimarán en nada; porque son tan felices, que ninguna dificultad tienen. Y no
penséis que el uso de estas cosas no desciende a otras provincias más cercanas, que en
Flandes y en Dacia y en otras tierras frías se usa lo mismo, y las mujeres y hombres
caminan mucho por los hielos, aunque de diferente manera, porque llevan en las suelas de
los zapatos unos hierros llanos con unas puntas adelante, a que llaman patines, y con
éstos resbalan por los hielos, de suerte que en poco tiempo hacen muy largo camino; pero
conviene saberse dar buena maña para ello, porque de otra manera caerían muchas veces;
y están las mujeres tan diestras en esto, que cinco y seis leguas llevan una cesta en la
cabeza sin que se les caiga; y también cuando las nieves son muy altas, caminan en unos
carros o edificios, que llaman trineos, atravesados ciertos palos de manera que no se
pueden hundir en la nieve, y los caballos los sacan y llevan adelante fácilmente.
LUIS. En los caminos de estas tierras que tratamos, nunca la nieve debe ser tan alta que
no haya alguna manera de ingenios para poderla pasar; pero vos dijisteis que en la
Biarmia inferior y en Finmanchia y en Escrifinia y en Finlandia, y aún en algunas partes
de Noruega y de las del emperador de Rusia, se camina por lugares que casi parece
imposible, porque las nieves son tan grandes, que igualan los valles muy hondos con los
montes muy altos, y no por eso dejan muchas gentes de caminar de unas partes a otras.
ANTONIO. Así es la verdad, y principalmente los de la provincia de Escrifinia, que
como ya he dicho, tienen fama en la ligereza. Éstos ponen en los pies unas tablas anchas
como un palmo, o poco más, y de las puntas sale un báculo encorvado para arriba, que
toman con las manos, y todo ello aforrado o cubiertode unas pieles de animales que
llaman rangíferos, y con esto caminande cierta forma encima de las nieves sin hundirse, y
es de tal manera, que, si no se viese, apenas se puede dar a entender. Y dejando a los que
con tanto trabajo lo hacen, otros caminan en unos artificios, a manera de los tabladillos
que llevan por los carámbanos, como ya habéis oído, los cuales llevan los mismos
rangíferos, el cual es el más provechoso animal que hay en aquellas tierras, y aún en las
nuestras. Y porque entendáis la hechura de él, sabed que es del tamaño de un caballo, o
poco menos; el parecer y hechura tiene casi como de ciervo; en la cabeza tiene tres
cuernos, los dos grandes a los lados, y con tantos ramos y puntas como los ciervos; y el
cuerno de en medio es más pequeño y también con muchas puntas pequeñas; las uñas
casi redondas y hendidas. Son algo hondos en el espinazo, de manera que se les pone y
asienta muy bien la silla, y así, caminan en ellos como acá en los caballos. Cuando los
ponen a los carros o coches, pujan con los pechos las cinchas o petrales, y también llevan
otro, atado el cuerno de en medio, con que ayudan a tirar. Su ligereza es maravillosa,
porque caminan en un día veinte leguas, siendo necesario, y van tan ligeras sus pisadas
sobre la nieve cuando está bien helada, que muchos, como ya, os he dicho, se atreven, por
muy alta que esté, a caminar en estos rangíferos encima de ella, sin temor de hundirse ni
perderse; y así, pasan de unas partes a otras, pareciendo casi iniposible; y cuando el hielo
es muy intenso, que en conocerlo tienen las gentes mucha experiencia y saben en qué
tiempos pueden atreverse a hacerlo, van en los tabladillos uñendo los rangíferos a ellos, y
si, por ventura, se hallan en algún peligro, desúñenlos y subiendo encima de ellos, se
salvan con facilidad. La abundancia que hay de estos animales es muy grande, así de los
bravos como de los domésticos, los cuales crían por los grandes provechos que de ellos
reciben, y hay rebaños como acá de bueyes y vacas, tanto, que se hallan algunos que
tienen cuatrocientos y quinientos, porque la leche y el queso que dan las hembras es muy
gran mantenimiento; la carne es muy buena, y la de los rangíferos nuevos muy estimada;
hácese de ella muy buena cecina y dura mucho tiempo. Los pellejos aprovéchanse de
ellos como nosotros de los bueyes, y también son buenos para cobertores de camas, que
es gran remedio para el frío. De los cuernos y de los huesos hacen arcos muy fuertes,
injeriendo los unos con los otros a pedazos, y en las uñas no dejan de tener virtud, porque
también dicen que aprovechan para la epilepsia o gota coral.
BERNARDO. Provechoso animal es ése, y estoy maravillado cómo la curiosidad de las
gentes no ha bastado para que medio mundo esté lleno de ellos.

ANTONIO. Todas las diligencias posibles se han hecho, no solamente en llevarlos a
otros reinos y provincias, sino también en enviar con ellos pastores que supiesen curarlos
y buscarles los pastos convenientes para mantenerlos; pero todo esto no ha bastado,
porque parece que naturaleza los quiere en solas aquellas provincias que están hacia el
Norte, y cuando más se van apartando de ellas, se crían con mayor dificultad, y en
saliendo adonde la aspereza del frío no sea tan grande, se mueren, como los pescados
sacados de su natural, que es el agua.
Otro animal hay también en estas partes, llamado onagro, casi semejante a los rangíferos,
aunque no tiene más de dos cuernos como los ciervos, y dicen que su ligereza es tanta,
que caminan sobre la nieve de tal manera, que apenas dejan señal donde ponen los pies; y
de éstos se solían aprovechar para llevar los coches o artificios con que andan sobre los
hielos o nieves heladas, y por edicto público de los reyes y señores, está vedado que no se
críen domésticos; y las causas que los autores refieren para ello no son suficientes, y así,
no las digo. Una cosa maravillosa afirman todos ellos de este animal, y es que sufre tanto
el hambre y la sed, que caminará cincuenta y sesenta leguas sin comer y beber, o, a lo
menos, con muy poco mantenimiento. De éstos hay muy gran abundancia en los montes y
bosques, y tienen continua guerra con los lobos, que asimismo son muchos; y si los
onagros aciertan a dar alguna herida al lobo con las uñas, a la hora le mata, por pequeña
que sea; y porque con todo esto son perseguidos de los lobos, el mayor refugio que tienen
es meterse en los hielos, si los hallan, donde los hacen muy gran ventaja, porque éstos
tiene las uñas de manera que están firmes en él y las de los lobos resbalan.
LUIS. También estos onagros los hay en África, según lo dice Solino, hablando de
diversos animales diferentes de los de otras partes que se hallan en ella, y sus palabras
son éstas: «Esta provincia tiene los animales llamados onagros, en cuyo género cada uno
manda y gobierna un rebaño de hembras; temen a los émulos de su lujuria; y de aquí
procede que guardan las hembras preñadas para que, si pariesen machos, les quiten con
un bocado la esperanza de poder engendrar, y las hembras, con este temor, procuran
encubrirlos las veces que pueden.»
BERNARDO. Por ventura, esos onagros, y los que hay en estas provincias del
Septentrión, no serán todos unos, pues los unos parece que naturalmente se crían con los
grandes fríos, y a los otros les es natural el mucho calor.
ANTONIO. No se infiere por esa razón que no pueda ser todo un mismo animal, y que
así como viven hombres en tierras frías y en tierras calientes, puedan también vivir los
animales de una especie conformándose con la naturaleza de la tierra. Y lo más cierto
será haber dos maneras de animales diferentes encontrados en el nombre; porque ni de los
onagros que refiere Solino dice propiedades que conformen con los del Septentrión, ni de
estos otros elementos cosa ninguna, ni lo dicen los autores para que sean conformes con
ellos. Y porque esto se puede mal averiguar ahora, pues que los de África no parecen,
pasemos adelante a lo de los lobos, de los cuales se crían tanto en estas tierras
septentrionales, que se padece muy gran trabajo con ellos en guardar los ganados y
guardarse los mismos hombres; de manera que muchas veces no osan caminar por
algunos pasos si no van muchos juntos y bien armados; y hay tres géneros diferentes de
estos lobos: los unos son como los que acá se crían; otros son blancos y no tan bravos ni
tan dañosos; otros hay que son largos de cuerpo y cortos de piernas, a los cuales llaman
toes, y son más ligeros y fieros que todos los otros; y de éstos no tienen las gentes tanto
temor con toda su fiereza, porque pocas veces acometen, que comúnmente se mantienen
de otros animales que cazan; pero si se determinan a perseguir a un hombre, no le dejan
hasta matarle; y lo que ayer tratamos de aquella opinión antigua que en esta tierra los
hombres que llaman Neuros, por ser una provincia que se llamaba de este nombre, se
convertían cierto tiempo del año en lobos, si algún fundamento de verdad pudo tener, es
por lo que todos los autores modernos afirman: que, como en estas provincias hay tantos
encantadores y hechiceros, tienen sus tiempos determinados en que se juntan y hacen sus
congregaciones; y para esto, todos toman las figuras de lobos. Y, aunque no declaran la
causa por qué lo hacen, de creer es que tienen algún concierto o pacto con el demonio,
que en algunos días señalados le den obediencia en esta figura, como los brujos y brujas
hacen, y que de allí llevan, como de tan buen maestro, aprendidas las cosas que les
aprovechan para su nigromancia. Y en los días que esta diabólica gente se transfigura,
son tantos los daños y excesos que hacen, que los lobos verdaderos son mansos en
comparación de ellos; y como quiera que sea, no hay que dudar de que hagan esta
transfiguración. Y, aunque para la averiguación de esto os podría traer algunos ejemplos
de cosas que han acaecido, uno solo os diré, y es que no ha mucho tiempo que un
Emperador de Rusia, haciendo prender a uno que tenía fama ser de los que se
transfiguraban, lo hizo traer ante sí, metido en una cadena, y preguntándole si era verdad
que podía mudar su figura en lobo, él dijo que sí, y el Duque, o Emperador, lo mandó que
lo hiciese luego, y metiéndose en una cámara, donde estuvo poco espacio, salió hecho
lobo y todavía preso con su cadena. El Emperador, de industria, había hecho traer entre
tanto dos mastines muy bravos, los cuales cuando le vieron, teniéndole por verdadero
lobo, arremetieron con él y muy cruelmente le hicieron pedazos, sin que el desventurado
pudiese valerse ni defenderse.
BERNARDO. Justamente pagó la pena que merecía. Y no ha poco tiempo que el
demonio ejercita esta arte entre aquellas naciones, pues Solino y Plinio y Pomponio Mela
y otros autores antes de éstos lo escriben y dan noticias de ello. Y pues que tratamos de
lobos, quiero contaros lo que un hombre de crédito me contó mucho tiempo ha,
afirmándolo por verdad, y, a lo que me parece, dijo que había sucedido en un pueblo en el
fin de Alemania, que también se puede llamar tierra septentrional, y fue que este pueblo
estaba tan cerca de una montaña muy espesa de arboleda, que los árboles casi se
entretejían por una parte con las casas; y fueran tantos los lobos que en aquella montaña
se juntaron, y con tan rabiosa hambre, que salían de la espesura y se venían cabe el lugar,
aunque era grande y bien poblado, y hacían tan gran daño, que ningún hombre osaba salir
solo al campo; y aunque fuesen tres y cuatro, si no iban bien apercibidos, los lobos en
rebaños los acometían y despedazaban, y las mozas no salían a un río que pasaba junto al
pueblo si no eran bien acompañadas de quien las defendiese; y, finalmente, era el daño
tan grande, que no hallaban remedio que bastase, si no era despoblándose el lugar; y
viendo esto tres mancebos animosos se determinaron a ponerse en peligro y aventurar sus
vidas para remedíarlo, y así, hicieron hacer armas para todos, las más ligeras que
pudieron, y sembradas de unas puntas muy agudas por todas ellas, y armándose muy
bien, sin que ninguna cosa les quedase descubierta y poniendo encima unas ropas negras
para encubrir las armas, las cuales iban de manera que no les hacían estorbo, se metieron
por la montaña adentro con sendos puñales en cada mano y con otros cuatro cada uno en
la cinta para cuando perdiesen aquéllos, e iban poco apartados, para poderse socorrer
cuando se viesen en necesidad. Los lobos, que estaban hambrientos, cuando los vieron,
arremetieron con ellos, los cuales, haciendo muestra de no defenderse, los dejaron llegar;
y como echasen sus dientes, heríanse con las puntas que estaban en las armas, y los
mancebos con los puñales no hacían sino darles también todas las heridas que podían; y
de esta manera mataron aquel día muy gran número de lobos, viéndose algunas veces en
peligros donde fue menester la ayuda de los unos a los otros, a lo menos, cuando los
lobos los derrocaban; y tornando a salir otras tres o cuatro veces, y metiéndose más
adentro en la montaña, fue tan grande la mortandad que con este aviso hicieron en los
lobos, que los que quedaban desaparecieron y se fueron a otras partes, y el pueblo quedó
libre de aquel trabajo y peligro.
ANTONIO. Esforzadamente y con buena cautela libraron esos mancebos su patria; y
muy gran trabajo es el que se tiene en muchas partes con bestias fieras; y ahora en el
tiempo en que estamos, se dice una cosa muy graciosa, y es que en el reino de Galicia se
halló un hombre el cual andaba por los montes escondido, y de allí se salía a los caminos,
cubierto de un pellejo de lobo, y si hallaba algunos mozos pequeños desmandados,
matábalos y hartábase de comer en ellos; y era tanto el daño que hacía, que los de la tierra
procuraron quitar aquella bestia del mundo, y prendiéronle, y viendo que era hombre, le
pusieron en una cárcel y le atormentaron, y todo lo que decía parecían disparates;
hartábase de carne cruda, y, en fin, murió antes que se hiciese justicia de él. También
dicen que andan ahora otros animales muy dañosos que han muerto muchas gentes, y
algunos piensan que no sean animales, sino hombres hechiceros, que se muestran en
aquellas figuras para usar de lo que el pasado usaba; y en fin, de cualquiera manera que
sea, es grandísimo y temeroso el daño que de estos animales se recibe, el cual no falta en
estas tierras septentrionales con los osos que son muchos y muy grandes, con toda la
braveza que de ellos se puede pensar. Algunos de ellos son blancos, y se ceban en la
tierra y también en el agua, quebrando con las uñas, que tienen muy fuertes, los hielos,
así en la mar como en los ríos, de la manera que el Bachiller Enciso, como ya os dije, lo
cuenta. Éstos no son tan bravos y fieros como los otros, que son temerosos y peligrosos
animales, aunque, cazándose pequéños, fácilmente se amansan y hacen los de aquellas
tierras grandes juegos con ellos. Hay también en esta tierra otros muchos géneros de
animales bravos y mansos, entre los cuales las liebres tienen una cosa o propiedad bien
diferente de las que por acá hay, y es que en viniendo el invierno y comenzando a caer las
nieves también se les cae a ellas el pelo, y juntamente les nace otro blanco y quedando
todas blancas; y en volviendo el verano, se tornan a estar como de antes; y de aquí se
puede inferir que en las provincias más septentrionales, donde las nieves son casi
continuas, que también las liebres serán siempre blancas, aunque esta mudanza no sé yo
si lo causa la nieve, o si es propiedad natural de la tierra. Y cuando se cazan en el
invierno, son los pellejos muy estimados para hacer aforros. Otro misterio se escribe
también de las liebres por los historiadores de esta tierra, y es que todas las mujeres
preñadas que usan a comerlas paren los hijos con los labios de arriba hendidos desde el
nacimiento de las narices, y que las comadres y los médicos hacen una diligencia en
ellos, y es, que les tapan aquella hendedura con una poca de ternilla del pecho de un pollo
acabado de matar, y poniéndola encima de la misma sangre caliente, se les suelda y cierra
y quedan sanos, aunque no les deja de quedar alguna señal. Las raposas en las provincias
y partes más septentrionales son de diversas colores, porque se hallan negras y blancas,
bermejas y azules, y todas son de una misma hechura y de una misma astucia y sagacidad
para hacer daño. Los pellejos tiénense en mucho, y principalmente los negros, porque
hacen de ellos muy delicados aforros, y los blancos son los que menos valen; de las
bermejas hay muy mayor cantidad que de las otras; hay también otros animales llamados
gulones, del tamaño de un perro grande, las facciones como de gato, las uñas muy largas
y fuertes, la cola como de raposo: éstos cuando cazan o matan alguna bestia comen de
ella hasta que no les puede caber más en el estómago o vientre, el cual se hincha tanto,
que parece que quieren reventar; y cuando se sienten así, se meten por lo más espeso de
los montes hasta que hallan dos árboles muy juntos, y metiéndose entre ellos, aprietan el
vientre de manera que forzosamente vienen a vomitar lo que han comido, y acabando de
hacerlo, tornan a comer otro tanto, y también a vomitarlo, y tantas veces hacen esto, que
acaban de comer toda la bestia, por muy grande que sea. Los pellejos de éstos son de
mucho precio, y la manera de poderlos cazar y matar, porque son muy bravos, es que los
cazadores llevan una bestia muerta adonde sienten que los hay, y ellos están escondidos,

o puestos en algunos árboles que tengan las ramas espesas, y cuando le ven con el vientre
lleno, tíranle con saetas; porque cuando están hambrientos, son tan ligeros, que corren los
cazadores muy gran peligro donde quiera que estuviesen.
De tigres hay muy gran abundancia, y tanto se aprovechan de sus pieles para muchas
cosas como de las otras, porque hacen de ellos vestidos, cobertores de camas para la
gente común; pero la caza principal y más estimada es la de las martas, que nosotros
llamamos cebellinas, y también hay otros animales semejantes a ellos y que se
diferencian en muy poca cosa; la carne no se come ni es de provecho ninguno, por ser
muy desabrida y seca; mas los pellejos son los que más se estiman y tienen mayor precio.
Hay también linces, cuya vista es tan fuerte y poderosa, que traspasan con ella una pared
y ven lo que está de la otra parte. Asimismo se hallan otros muchos animales grandes y
pequeños, diferentes de los que acá conocemos y de que tenemos noticia, en que podría
alargarme; mas el tiempo es breve, y solamente diré que en la isla de Grothlandia
comúnmente tienen los carneros cuatro cuernos, y hay muchos que tienen ocho y con
ellos muy grande ánimo para defenderse de los lobos, porque las puntas están puestas de
manera que temen el encuentro de ellos.
LUIS. De cuatro cuernos ya yo los he visto; más de ocho cosa nueva es para mí.
BERNARDO. También lo será carneros de cinco cuartos: porque la cola es tan grande,
que pesa tanto y más que un cuarto de los otros, y éstos yo los vi en Roma: y aunque no
sé de adónde los habían traído, entendí que los hay en muchas partes.
LUIS. Una cosa he notado, y es que en tantas diferencias de animales no haya algunas
monstruosidades, como se han visto y se ven tantas veces en las mujeres.
ANTONIO. Yo no he leído ni oído ninguna, aunque no deben de faltar algunas, como las
hay en todas partes, y digo esto, porque os diré una que no es de pequeña admiración, y
tanto, que por ventura no habréis oído otra semejante: y es que en un lugar, cerca de este
pueblo adonde estamos, estaba preñada una yegua, y crecióle tanto la barriga, que al
tiempo del parir reventó y salió de ella una mula, la cual murió luego, y tenía también la
barriga tan crecida, que su dueño determinó de ver lo que estaba dentro, y, abriéndola, le
hallaron otra mula de que estaba preñada; esto sé yo que fue verdad, porque me lo han
certificado muchos vecinos de aquel pueblo que lo vieron, y también dos clérigos que se
hallaron presentes, los cuales me juraron lo mismo.
BERNARDO. Razón tenéis de haberlo encarecido tanto, que, cierto, es cosa nunca oída
ni vista, aunque yo no puedo entender cómo una mula, estando en el vientre de su madre,
pudiese concebir otra mula en el suyo.
ANTONIO. Lo que a mí me parece es que concurrieron allí algunos humores que se
podrecieron, y de ellos se engendró aquel animal, el cual acertó a ser semejante a la mula
que así lo tenía; y esto aún es de maravillar más que si fuera diferente, porque en las
monstruosidades que habemos dicho de las mujeres que parieron el centauro y el elefante
parece que les pudo ayudar la imaginación; pero aquí no pudo haber imaginación ni cosa
que le ayudase, sino sola la putrefacción que pudo engendrar de la manera que otra vez lo
habemos tratado, como se ve muchas veces en animales que se engendran de cosas
corrompidas y podridas: y así, la naturaleza obró un milagro, que pocos, o ninguno, habrá
que sea tan admirable, y sino tuviera tantos testigos, no osara decirlo; pero aquí todo
cabe.
BERNARDO. Vos decís verdad, que pocos que los que lo oyeren, no lo viendo querrán
dar crédito a quien lo dijese.
ANTONIO. Dejemos los animales, y vengamos a decir lo que hay en los pescados, que,
cierto, son monstruosidades muy grandes y muy notables, sin haber sido vistas ni oídas
en esta tierra; y aunque todos sabemos que en la mar se crían tantas diferencias y géneros
de ellos como en la tierra de animales, y en el aire de aves, hay algunos particulares y no
pocos maravillosos, que será bien que se entiendan, pues los autores e historiadores que
he dicho hacen particular relación de ellos; entre los cuales cuentan de uno que no le
ponen otro nombre sino monstruo, por el horrible y temeroso parecer que tiene: su
largura comúnmente es de cincuenta codos, y estímase por muy pequeña conforme a la
grandeza de sus miembros y facciones; la cabeza es cuadrada y tan grande como la mitad
de su cuerpo, y toda ella está alderredor llena de unos cuernos tan grandes o mayores que
acá los de los bueyes. Los ojos, a quien no los ha visto, parecerá cosa increíble, porque
medida sola la niñeta, tiene un codo muy grande en ancho y largo, y cuando se ve de
noche, relucen de manera que de lejos parece alguna llama de fuego. Los dientes son muy
grandes y agudos. La cola tiene hendida por el medio, y hay de una punta a otra quince
codos; el cuerpo está lleno de unos pelos que parecen plumas de las alas de un pato
peladas; la color es negra como azabache; la ferocidad suya es tan grande, que con muy
gran facilidad echa a fondo una nao, sin que sea parte para resistirlo la gente que lleva,
aunque sea mucha, y así, corren muy gran peligro los que topan con esta bestia disforme,
cuando no se saben dar buena maña a huir de ella. Y un Arzobispo de Nidrosia, llamado
Errico Falchendor, Primado del reino de Noruega, escribió una carta al Papa León
décimo, enviándole una cabeza de este monstruo, que en Roma se tuvo por una gran
maravilla.
Hay otra bestia llamada Fisiter, no menos horrible y temerosa para los navegantes, y tiene
doscientos codos en largo; la cabeza grandísima, y asimismo la boca. Su cola está abierta
por medio, y hay de punta a punta cien pies. Su vientre es muy ancho; carece de narices,
y en lugar de ellas tiene dos agujeros altos y abiertos más arriba de la frente; y cuando ve
algún navío, hincha muchas veces la boca de agua, que hace mayor cantidad que una
grandísima cuba, y arrójala por aquellos agujeros con tan grandísima furia sobre los
marineros y con tanta fuerza, que los desatina, hasta que la nao se hinche de agua y se
anega, y cuando esto no basta, ya que los siente fatigados y con algún desatino, llégase a
la nao, y echando la mitad de su cuerpo sobre ella, la hunde y mete debajo del agua; y lo
mismo hace con la cola, que de un vaivén la quiebra y hace pedazos; y sería grandísimo
el daño que estos disformes animales harían, si Dios no fuera servido de que se hallara
remedio contra ellas, porque huyen del son de las trompetas, y también de los truenos de
los tiros de artillería, y los navegantes, cuando los sienten, se aperciben con tiempo. De
estos fisiteres se halló uno camino de la India, cerca del Cabo de Buena Esperanza, con el
cual acaeció un caso notable, y fue de esta manera: que un galeón, en que iba por capitán
Ruibaz Pereyra, llevando metidas todas sus velas y con harto viento, súbitamente estuvo
quedo, de manera que todos le tuvieron por encallado, teniéndose por perdidos; y
andando haciendo sus diligencias, hallaron que el galeón nadaba, y que lo que le detenía
era un fisiter que estaba pegado al galeón y lo tenía todo rodeado por abajo, echando
fuera unas alas que llegaban hasta la primera cubierta, y muchos pusieron las manos en
ellas, y estuvieron con determinación de tirarle con lanzas y arpones, o con algún tiro de
artillería, y el Capitán no lo consintió, temiendo que con el dolor llevaría el navío a lo
hondo; y el último remedio que tuvieron fue, que un clérigo se revistió, y con oraciones y
exorcismos hizo de manera que el pez poco a poco se fue desasiendo y hundiendo para
abajo, y lo postrero que mostró fue la cabeza, la cual era tan grande como una cuba, y por
aquellos agujeros que tenía en ella lanzó tanta agua, que no parecía sino una nube que
descargaba sobre los de la nao, y todos dieron muy grandes gracias a Dios con verse
fuera de aquel peligro. Y finalmente, lo de las ballenas en ferocidad es muy poca cosa en
comparación de estos pescados, y también hay muy gran abundancia de ellas en esta mar
que rodea hacia el Septentrión por el Occidente, y son de dos maneras: las unas tienen el
cuero cubierto de pelos grandes y espesos, y éstas son las mayores, tanto, que se han
hallado algunas de ochocientos y de mil pies en largo; las que tienen el cuero nidio no
son tan grandes. Y porque en nuestra España [no] se tiene tanta noticia de ellas y de su
hechura, solamente diré lo que Olao Magno dice de una ballena, que parece cosa
increíble, a lo menos admirable, y es que sus ojos eran tan grandes, que sentados veinte
hombres en el circuito de uno de ellos, apenas lo henchían, y conforme a esto eran todos
los otros miembros. El mayor enemigo que tienen y que más se atreve a conquistarlas y
que muchas veces las mata es un pescado que llaman Orca, que, con no ser muy grande,
es muy fiero y muy ligero, y acomete a la ballena pesada con sus dientes agudos como
navajas, de manera que la abre por el vientre, y así, conociéndole ventaja, huye de ella y
viene a caer en otro mayor peligro, dando en bajos y arena, adonde no puede nadar como
quiera y los pescadores la matan, yendo mucha cantidad de ellos en barcos y tirándole
con arpones, los cuales van hincados en ella hasta que mueren, dándoles siempre cuerda;
y cuando la sienten muerta, tiran por ella, llegándola a la ribera, adonde no es poco el
provecho que sacan de ellas. Una cosa afirman muchos, que a mí se me hace dificultosa
de creer, y es que las ballenas muy grandes, cuando hacen tempestades, salen al pelo del
agua, trayendo encima de sí muy gran cantidad de arena, y que los que navegan,
pensando ser alguna isla, ha acaecido muchas veces descender en ella, y haciendo fuegos;
y cuando la ballena siente calentarse, se somorguja en el agua, y así, perecen muchos; y
otros, nadando, se escapan y vuelven a los navíos; y no tienen poca autoridad los autores
que esto escriben, pero a mí paréceme un engaño, que no puede caber en gente ninguna
de razón.
LUIS. Podría ser haber acaecido alguna vez en el mundo, y como las gentes siempre se
alargan, dicen que acaece muchas veces.
BERNARDO. De ninguna cosa quiero maravillarme ni dejar de creer que sea posible lo
que se dice de las bestias o pescados grandes del mar, habiendo entendido por cosa muy
cierta y averiguada, y así lo escriben autores modernos, que el año de quinientos y treinta
y siete se halló en las riberas del mar de Alemania un pescado de grandísima grandeza. Tenía la cabeza de hechura de puerco jabalí, con dos colmillos que salían más de cuatro
palmos fuera de la boca, y cuatro pies de la manera y hechura que pintan a los dragones;
y demás de los ojos de la cabeza, tenía otros dos muy grandes en los lados, y otro junto al
ombligo; en el cerro, unas espinas muy altas, fuertes y duras, como de hierro o acero.
Este puerco marino se llevó a Antuerpia, como cosa maravillosa, para que todos le
viesen, y hoy día habrá muchos testigos de los que entonces se hallaron presentes.
ANTONIO. No podemos dejar de seguir a Olao Magno, pues que tan buena noticia nos
da cerca de esto de muchas cosas maravillosas, y entre ellas dice que el año mismo que se
halló el puerco que habemos dicho, que fue el de treinta y siete, echó el agua en la ribera
del mar llamado Tinemuto una bestia, la que él mismo fue a ver, como monstruosidad
nunca vista ni oída. Tenía de largo noventa codos; la anchura del vientre al espinazo era
de cuarenta. La abertura de la boca era de diez y ocho pies, y la cabeza ocupaba tanto
como una grande encina. Y lo que más era de maravillar, que se mostraban en su
pescuezo treinta gargantas o tragaderos; los cinco eran grandes y los otros, más pequeños,
y el vientre no era todo uno, sino dividido en tres, que, abiertos, parecían tres profundas
cuevas. En los lados estaban dos conchas, tan grandes y gruesas, que diez bueyes apenas
movieran una de ellas. Las costillas eran treinta de cada parte, como grandísimas vigas.
La lengua era de veinte pies en largo. El espacio que habían entre un ojo y otro era de
nueve palmos; pero teníalos tan pequeños, y también las narices, que apenas se parecían.
Encima de la cabeza estaban abiertos dos grandes agujeros que venían a dar en el paladar,
por donde se creían que debía de echar muy gran cantidad de agua, de la manera que el
Fisiter; no tenía dientes ningunos, y el miembro genital era de una grandeza increíble.
Algunos quisieron decir que sería algún género de ballenas; pero por las conchas y falta
de los dientes se entendió ser otro pescado diferente.
LUIS. En lo que vos habéis dicho, más parece quimera que otra cosa; pero creamos a un
hombre de tanta autoridad que afirma haberlo visto y trae por testigos a los de su propia
patria, que, no siendo verdad, no se atreviera a hacerlo.
ANTONIO. También hay otros pescados muy dañosos en aquellas mares, de los cuales
es uno que llaman Monoceros, de grandísimo cuerpo, y tiene un cuerno muy grande y
muy agudo en la frente, con el cual arremete a los navíos, y dándoles golpes en lo que va
debajo del agua, como con tiros de artillería, los abre y echa a fondo; esto es estando en
calma, que en aquellas partes acaece pocas veces: porque cuando hay viento, por poco
que sea, es este animal tan perezoso y tardío en el nadar, que fácilmente se alejan de él.
Otro pescado hay que llaman Sierra, porque tiene la cabeza con una cresta o renglera de
espinas, tan agudas y duras como puntas de diamantes, y, metiéndose debajo de las naos,
con ellas sierra la madera, de suerte que, si no son sentidas y lo remedian con tiempo, las
abren y se hunden. Otro pescado se halla llamado Xifia, que en alguna manera se parece
con la ballena; y cuando abre la boca es tan grande y tan profunda, que espanta a los que
la miran. Los ojos tiene espantables, y el espinazo tan agudo como una espada, y es muy
dañoso, porque metiéndose debajo de los navíos, los corta o trastorna para comer a los
que van dentro.
Hay también en esta mar Rayas de extraña grandeza; y son tan amigas de los hombres,
que en todos sus peligros, pudiendo, les ayudan; porque si alguno cae en la mar en parte
donde se halle alguna raya, le socorre con meterse debajo de él y sustentarle en el pelo
del agua, hasta que pueda salvarse; y si algunos pescados llegan a matarle o morderle,
ella lo defiende hasta la muerte, poniéndose en batalla con ellos. También hay otro
notable animal, llamado Rosmaro, del tamaño de un muy gran elefante: estos salen a la
ribera, y si ven cerca algún hombre, corren con tanta ligereza, que le alcanzan y hacen
pedazos con los dientes; tienen la cabeza a manera de buey, y el pellejo pardo, casi negro,
lleno de unos pelos ralos, y tan gruesos como pajas gruesas de trigo. Es muy amigo de
pacer hierbas criadas con agua dulce, y así, adonde ven que hay algún río o reguero, por
poca agua que traya, trepan por las peñas a buscarlas, aunque sean muy dificultosas de
subir; y de lo que principalmente se ayudan es de los dientes, que tienen muy fuertes, y
muchas veces, después que está harto, se queda durmiendo en alguna peña, adonde halla
lugar aparejado para echarse; y su sueño es tan profundísimo, que cuando los marineros o
pescadores le ven dormir, ya saben que ninguna cosa basta a despertarle, y así, sin temor,
se llegan a él y lo ligan con maromas por todas las partes del cuerpo que mejor pueden,
las cuales también atan a algunos árboles, si están cerca, y si no, a las mismas peñas; y
cuando ya le tienen de manera que les parece que no se puede mover, arrójanle de lejos
muchas armas y tíranle con ballestas y arcos y arcabuces a la cabeza para matarle más
presto; y es tan grande su fuerza, que muchas veces, despertando y sintiéndose herido,
quiebra y desbarata todas las ataduras; pero ya cuando cae en la mar es de manera que no
puede vivir, y llevan algunos arpones atados con cuerdas para no perderle, y sacándole, le
despojan principalmente de los huesos y de los dientes, que entre los moscovitas y
tártaros y rusianos se estiman como por tan bueno y verdadero marfil como el de los
elefantes entre los indios. Y de todo esto da buen testimonio Paulo Jovio, en una carta
que escribió al Pontífice Clemente Séptimo, que lo supo por relación de un Demetrio,
capitán del emperador de Rusia. Hállanse asimismo en estos mares diversos géneros de
animales que viven en el agua y fuera de ella y salen a pascer en las riberas, como son
caballos, bueyes, liebres, lobos, ratones y otros muchos, que después. de hartos, se tornan
a meter en la mar, y casi tienen por tan natural lo uno como lo otro.
LUIS. También en los pescados hay algunos de mayor instinto natural, y tanto, que casi
parecen tener mayor entendimiento que otros, conforme a lo que vemos en los animales.
Y así, aquel pescado tan pequeño con que pescan en algunas partes de las Indias
Occidentales lo hace maravillosamente, porque, no siendo mayor que dos palmos, lo
crían y amansan en alguna vasija de agua, como acá hacemos a los gavilanes o halcones
en la mano, y después que ya le tienen manso, átanle al pescuezo un cordel muy largo, y
antes que le suelten en la mar, le regalan y halagan, diciéndole que se haya
poderosamente con los pescados y que no tome de los pequeños; y hecho esto, le sueltan
y dan cordel hasta sentir que tiene hecha presa, porque se va a la barriga de algún pescado
de los mayores, y pegándose en ella, queda preso, de tal manera que, pujando los
pescadores el cordel, saca el pescado consigo; y también para que lo suelte es necesario
hacerle halagos y decirle muy buenas palabras, que de otra manera primero le harían
pedazos que le soltase. Y esto de ligarse tan fuertemente parece propiedad natural que
aquel pescado tiene, y porque hay muchos testigos en España de los que han estado en
Indias que darán testimonio de ello.
Vengamos a lo de los Delfines, de los cuales se sabe que son muy amigos de la música, y
también de los muchachos, y que muchas veces los han traído encima de sus espaldas. Y
pues que viene al propósito, no dejaré de decir un caso maravilloso de un pescado que se
vio en la isla de Santo Domingo o Española, luego como fue conquistada: y es que había
en ésta un lago al cual fue traído por unos pescadores de la tierra que le tomaron en la
mar, siendo pequeño, y creció tanto en aquel lago, que se vino a hacer del tamaño de un
caballo, o mayor; y estaba tan familiar con todos los que se acercaban a la orilla y le
llamaban por un nombre que le habían puesto, que luego venía y se llegaba a la ribera,
tomando de las manos las cosas que le daban para comer, como si fuera algún animal
doméstico, y los muchachos tenían con él muy gran pasatiempo y regocijo: porque
muchos días, llevándole que comiese, se ponían encima, y este pescado los traía por todo
el lago, holgándose y regocijándose con ellos, y después los volvía a la ribera, sin que
jamás hiciese daño ninguno ni se metiese debajo del agua. Y yendo unos españoles a ver
esta maravilla, uno de ellos le arrojó una lanza, con que le hirió, y de allí en adelante
conocía a los españoles en la manera de los vestidos, y en tanto que alguno estaba
presente, no salía; pero con los de la tierra no dejaba de hacer lo mismo que antes. Y
después de haber estado allí mucho tiempo, vino una creciente grande de aguas a este
lago, de manera que pudo rebosar el agua por una parte en la mar que estaba cerca, y por
allí se salió y no pareció más.
ANTONIO. Un alcaide de aquella fuerza de Santo Domingo escribe eso en una crónica
que hizo. Y porque acabemos lo de los pescados, digo que en el mar Botnico se hallan
unos pescados tan largos como ochenta y cien pies, y no más gruesos que la muñeca de
un brazo delgado de un niño. Son negros de color, y tienen una propiedad que, en
tomándolos con las manos, se entumecen con los dedos, y algunas veces todo el brazo, de
manera que parece que no se siente; y aunque se torna a quitar, no deja de dar trabajo, y
tanto, que todos los que saben este secreto huyen de tocarlos ni llegar a ellos. Y si se
hubiesen de tratar y de decir todas las diferencias y propiedades de pescados que en estas
mares se hallan, sería nunca acabar, según son muchos los que no habemos visto ni
sabido; y así, será bien dejarlas, con decir algunas particulares pesquerías que se hacen,
que, cierto, son maravillosas; porque no hay ni se sabe en el mundo donde muera tanto
pescado ni tan bueno y de tanto provecho, como es desde la isla de Irlanda y de Ibernia
adelante, llevando el camino de Occidente y volviendo hacia el Septentrión; porque de
aquí se proveen muchas partidas y regiones, como a todos es notorio. Y nuestra España
puede dar testimonio de ello por el provecho que recibe; y cuanto más adelante fueren,
mucho más pescado muere; y hay provincias en que las gentes no tienen otro oficio ni
ejercicio de que se sustenten, porque los mercaderes que por mar y por tierra vienen a
comprar traen a vender todas las otras provisiones necesarias, y la tierra y mar más
abundante de esto es la de Botnia, la cual se divide en tres provincias, que son la una
occidental y la otra oriental y la otra aquilonar; y esta última es bien diferente de las otras,
porque es tierra llana y honda, metida entre muy altas y grande montañas, y el aire es tan
saludable y el cielo tan propicio en ella, que se puede decir con verdad una de las tierras
más apacibles y deleitosas del mundo, porque ni es fría ni tampoco caliente, sino
templada, que parece cosa increíble el extremo que en esto hay, estando cerca de otras
tierras donde los aires fríos, las nieves continuas, las heladas grandes, causan muy
grandes trabajos a los que viven en ellas. Allí no hay nada de esto, sino que los campos
de suyo producen muchas hierbas y frutas, y de aves hay grandísima abundancia, y su
melodía de voces en los montes y bosques da gran contentamiento a los que las oyen. Y
en lo que más se entiende y conoce la bondad de esta tierra es que habiendo tan gran
cantidad de animales mansos y bravos, que los campos y montes y valles están llenos, no
cría ni consiente en sí animal ninguno ponzoñoso ni nocivo, ni tampoco los de la mar se
llegan a sus riberas, aunque en algunos tiempos están cuajadas de pescados de diversas
maneras, y son tantos, que en mano de los pescadores es matar los que quieren. La causa
de esto dicen ser que hay muchos géneros de pescados, que, huyendo del frío, se acogen a
estas riberas calientes; y lo mismo que hay en la mar es también en los lagos y en los ríos,
que los unos y los otros son muchos y están cuajados de peces grandes y pequeños de
diferentes maneras. Las gentes viven muy larga vida, y apenas saben de ninguna
enfermedad, o a lo menos, pocas veces; y cierto, es evidente argumento, viendo lo que se
dice y es averiguado de esta tierra, que también sea verdad lo que se publica y afirma de
la Biarmia superior, que aunque esté entre tierras tan destempladas y frías, con tantas
nieves y hielos, ella sea tierra tan templada y esté debajo de un cielo tan clementísimo y
con tales constelaciones, que los autores la pueden llamar, como la llaman, tierra dichosa
y bienaventurada, y con todas las condiciones y calidades que de ella escriben, cuyos
pueblos por tener en sí todo lo que para la sustentación de la vida humana es necesario,
están tan escondidos, porque las gentes que viven sin ninguna necesidad no tienen para
qué ir a buscar otras provincias y tierras adonde se vean en ella. Y por esto tampoco
tenemos mucha noticia de algunos pueblos que están sobre los Hiperbóreos, adonde,
aunque la gente no viva con tanto entendimiento ni policía, no es sino porque la
abundancia de las cosas y el poco cuidado los tiene rústicos y poco curiosos; y así; viven
la vida muy larga y muy descansada; que los que viven en tierras y provincias, donde les
conviene salir las ajenas para poder valerse y sustentarse, buscan mayores ardides y
cautelas. Y de aquí vino que en el reino de la China a los que de él salían a otras partes,
por leyes era prohibido volver a entrar en él, diciendo que no eran dignos de tornar a
entrar en tan buena tierra los que por su voluntad la dejaban, yendo a buscar otra. Y,
tornando al propósito, en esta Botnia septentrional, que está más adelante de Noruega,
pescan los hombres y llevan sus pescados frescos y salados a una ciudad que se llama
Torna, que está a manera de isla, cercada entre dos grandes ríos que descienden de los
montes septentrionales, y aquí se hace feria, adonde acuden gentes de muchas partidas y
diversas naciones a proveerse, y proveen, como he dicho, la tierra de los mantenimientos
que en ella faltan; y por esto, no labran ni toman trabajo en cultivarla; que cuando en
alguna parte lo hacen, es tan grande su fertilidad, que ninguna provincia en el mundo
parece poderle hacer ventaja. La gente es tan justa, que no saben hacer mal a nadie.
Guardan la ley cristiana con tanto cuidado, que aborrecen al que saben que peca
mortalmente: porque son enemigos de vicios y amigos de la virtud y verdad. Y cuando
alguno comete algún delito, castíganlo con todo el extremo de severidad y rigor; tanto,
que ninguno se atreve a alzar ninguna cosa perdida que halle en el campo o en la calle,
hasta que su dueño vuelva por ella. También hay otras provincias abundantes de
pesquerías, como es la de Laponia, donde hay muchos lagos grandes y pequeños que
crían gran muchedumbre de pescados dulces y sabrosos, y en Finlandia, que está muy
cerca o casi debajo del polo, asimismo hay muchos lagos, adonde se cría mucho pescado
y muy bueno. El rey de Noruega tiene mucha parte de esta provincia sujeta a su señorío, y, en lo último de ella, una de las mejores y más fuertes fortalezas del mundo, la cual se
llama Castillo Nuevo, y está asentada en un risco muy alto, que por sola una parte, con
muy gran dificultad, se puede subir a ella. Pasa al pie de esta peña un grandísimo río y
profundísimo, de tal manera, que en algunas partes apenas se le halla hondo, y sus aguas
parecen tan negras que, por esto y porque todos los peces que en él hay son de color muy
negro, le llaman el río Negro. Desciende de los montes Aquilonares, y viene por tierras
tan ásperas, que no hay quien de cierto sepa su nacimiento: lo que se sospecha es que sale
del lago Blanco. Hay en este río tan gran abundancia de salmones y de otros pescados de
muy dulce gusto y sabor, que no se hallarán mejores en ninguna parte; y no solamente la
tierra está bien proveída, pero también se llevan de allí a diversas partes. Hállase en él un
pescado llamado trevio, que en el invierno está muy negro, y en el verano se torna
blanco, y tiene una propiedad maravillosa: y es que salándolo y atando la grosura de él a
una cuerda y metiéndola en algún río hasta el suelo, si en las arenas hay algún oro, se le
pega y lo sube arriba, aunque los granos sean grandes y pesados; y así, algunas gentes lo
tienen por oficio y se aprovechan de ello. En este río se dice por cosa muy cierta que ven
algunas veces públicamente andar en medio de las ondas un hombre tañendo muy
dulcemente un instrumento como vihuela, discurriendo por él abajo y arriba; y cuando los
que lo están mirando reciben mayor gusto, se hunde debajo del agua. Y también oyen
tañer por la ribera trompetas y atabales y otros instrumentos sonorosos, sin poder ver
quién los tañe, y esto tienen por mala señal y como agüero de que ha de suceder algún
gran daño o desastre en alguna persona principal de las guardas de esta fuerza, y así, lo
han visto por experiencia. Y dejando lo que toca a la abundante pesca de este río, son
tantas y de tan diversas maneras las que hay, así en tiempo de verano como en invierno,
quebrando los hielos de los lagos y ríos y también las de las orillas de mar, que os
cansaríais en oírlas; y por esto es bien que hagamos fin en esta materia, con que entendáis
que es tan fácil el matar pescado, que por más dificultoso tienen el conservarlo y les
parece mayor trabajo.
Y, viniendo a decir de las aves, sabed que hay muchas de diferentes géneros de las que
acá tenemos, y entre ellas son unas tan grandes o mayores que perdices, las plumas
pintadas de blanco y negro y amarillo, y llámanlas aves pluviales, porque con sus voces
dan señal que quiere llover, que, de otra manera, siempre están callando. Tiénese por
cierto que se sustentan del aire, porque, con estar muy gordas, nunca las vieron comer, ni
cuando las matan se halla cosa ninguna en sus vientres. Son de muy buen sabor y muy
estimadas.
Otras aves se hallan en los montes más ásperos y altos adonde nunca, o pocas veces,
faltan nieves. Son poco mayores que tordos; en el verano son blancas, y en el invierno se
les vuelve la pluma negra. Los pies son siempre colorados; duermen y están casi siempre
sobre los árboles; y cuando ven algún halcón o ave de rapiña, métense en la nieve, y con
las alas la echan encima de sí y se cubren todas de manera que ninguna cosa dejan fuera
ni se les parece, y con esto salvan las vidas. Son malas de cazar, por el trabajo que se
tiene en buscarlas por la nieves. Tienen buen sabor, y llámanlas aves nivales. Y porque
hice mención de los halcones, sabed que en todas aquellas tierras aquilonares hay muchos
y de muchas raleas; y en el tielúpo que en las tierras subpolares es día y verano todo
junto, parecen pocos en las comarcanas, que todos se van a ellas; y cuando vienen las
noches grandes, vuélvense a buscar cómo sustentarse. Entre éstos hay unos halcones
blancos, que juntamente viven de caza y de pesca, y hay gentes que los crían para su
pasatiempo, y se van con ellos a los lagos y ríos, adonde los sueltan, y somorgujándose,
sacan fuera el pescado, Estos halcones tienen los pies diferentes con unas uñas muy
grandes y fuertes, el uno que hacen presa, y el otro casi a manera de una ánade, y con las
uñas más pequeñas.
Los cuervos en estas tierras son tan grandes y tan dañosos, que no solamente matan
liebres y los venados pequeños, pero también los corderos y lechones, y hacen gran daño
y destrucción en ello; tanto, que por ley está proveído y ordenado que a los cazadores que
los mataren se les pague un tanto por cada uno, y así, hay muchos que lo tienen por oficio
y se mantienen de ello. Y hay un género de estos cuervos que son blancos como palomas,
y no hacen menos daño que los otros.
LUIS. No usarán en esa tierra del refrán que acá decimos cuando queremos negar alguna
cosa: «Tantos hay de esos como de cuervos blancos.»
ANTONIO. Por eso el mundo es grande, y lo que no hay en unas partes se halla en otras.
Y, porque acabemos lo de los cuervos, en la mar y en los lagos hay muchos, que llaman
marinos, y de diversas maneras: unos son grandes y tienen unas sierras en los picos, a
manera de dientes, con que cortan los pescados; y lo que principalmente procuran comer
es anguilas, y su estómago es de manera que, cuando son pequeñas, las tragan enteras; y
muchas veces no están aún muertas, cuando las tornan a echar por la parte trasera. De
estos cuervos hay otro género que son algo más pequeños, y en la hechura difieren poco:
éstos hacen en siete días sus nidos y ponen los huevos, y en otros siete sacan los hijos y
en muy breve tiempo los crían. Hay otras aves llamadas plateas, que también andan
continuamente en los estanques y lagos. Son enemigas de los cuervos y de todas las otras
aves que viven y se mantienen de pescado; y todas las veces que las ven tener en las
manos o en los picos alguna presa, arremeten con ellas hasta hacérselas soltar, y si no las
sueltan, las matan, porque es grande la ventaja que en el pico y en las uñas les tienen.
De ánades bravas y mansas es tan grande la abundancia que hay en estas provincias, que
hinchen los lagos, y de ningunas otras aves hay tanta cantidad, a lo menos, donde hay
algunas venas de agua caliente que sustentan más tiempo los lagos sin helarse, o adonde
el hielo sea tan delgado, que pueda quebrarse con facilidad. Son de diversas maneras, así
en el color como en el tamaño; pero grandes y pequeñas son de una misma hechura; y
algunos autores de los de aquella tierra afirman que cierto género de estas ánades son de
las que se hacen y crían de las hojas de los árboles que en Escocia caen en las aguas de un
río, como ya dijimos, y haciéndose primero de ellas un gusano, viene a emplumecer y
crecerle las alas y volar. Y Olao dice que ha visto autores escoceses que dicen que estos
árboles y ánades, que de sus hojas se crían, principalmente los hay en las islas que llaman
Orcadas; y también afirman que hay ansares nacidas o criadas de esta misma manera, las
cuales se diferencian de las otras en la color y en algunas otras particularidades; y pues
hay tantos autores que dan testimonio de esta maravilla, bien la podremos creer, sin pecar
en ello. Y aunque Escocia sea tierra tan vecina nuestra, quiero deciros el provecho que
allí reciben de las ánades en una villa y fortaleza que está en el fin de aquel reino, en una
peña o sierra muy alta y muy áspera, a la cual, en el tiempo que estas aves han de criar,
acude tan gran cantidad y tantas bandas de ellas, que como nubes oscurecen el sol.
Y en los dos o tres días primeros no hacen sino volar alderredor de la peña, en los cuales
las gentes están muy quietas y apenas salen de sus casas por no espantarlas; y después
que se sosiegan e hinchen toda la peña de nidos y sacan sus huevos e hijos, críanlos con
pescados que sacan de la mar que bate la misma peña en la cual se ponen, y con los ojos,
que son como de lince, miran a lo bajo, y adonde ven el pescado que más les contenta se
somorgujan y lo traen con tanta facilidad, que su voluntad y determinación parece ser su
medida.
Los que están en aquella fortaleza y saben bien los pasos por donde pueden subir a los
nidos, no solamente se mantienen de los peces que hallan en ellos, pero van a otras partes
a venderlos; y cuando ya sienten que los hijos están para poder volar, pélanles las alas, y
así los entretienen muchos días, como lo hacen los que hallan nidos de águilas; y cuando
ya se acerca el tiempo en que suelen irse, toman algunos de ellos y cómenlos, porque son
de muy buen sabor. Estas ánades son diferentes de todas las otras, y no parecen en
aquella tierra sino solamente el tiempo que crían, como acá hacen las cigüeñas; y aunque
maten muchas de ellas, ningún año dejan de venir, tantas, que hinchen aquellos riscos. La
grosura o enjundia suyas estímanse en mucho, y guárdanse para muchas medicinas que
con ellas se hacen, porque las hallan de maravillosa virtud. Otras muchas aves hay en
todas aquellas regiones bien diferentes de las que en éstas se crían, y por no tener algunas
virtudes o cosas notables, no hay para qué referirlas; y como los lagos y estanques sean
tantos y tan grandes en todas partes, mayor abundancia es de las que se crían en ellos, que
no en la tierra; y así, hay muchas gentes que se mantienen de andarlas cazando con
mucho género de armandijas; y traen sus barcos y redes hechos para este propósito, como
se hacen para tomar los pescados. Y aunque toda esta tierra sea tan fría, como habemos
dicho, no faltan en ella muchos géneros de serpientes de las que comúnmente se suelen
criar en tierras cálidas; y así, se hallan las que se llaman áspides, del tamaño de tres o
cuatro codos, cuyo veneno es de tan gran fuerza, que si muerden a un hombre, muere
dentro de tres o cuatro horas, si no se le acude con los remedios necesarios, que son
triaca, que llevan de Venecia. Y cuando falta, majan un ajo, y desatado con cerveza añeja,
dándolo a beber al que está mordido, y también majan otros ajos, y se los ponen encima
de la mordedura, y con esto sanan. Y son estos áspides tan crueles y ponzoñosos, que,
levantando la cabeza cuanto un codo sobre la tierra, arremeten contra las personas a
morderlas; y sí hallan alguna resistencia, arrojan el tósigo o ponzoña, de que traen muy
gran cantidad en sus gargantas, y basta que les alcancen con ella, para que, si no se
remedian, se hinchan y mueren en muy breve espacio. Otras serpientes hay diferentes de
éstas, que se llaman silbadoras; éstas se crían comúnmente entre las hierbas secas y
corren velocísimamente; pero tienen una cosa, que el estruendo que hacen es muy grande,
y con él y con los silbos que vienen dando avisan a los que no las han sentido, y huyen de
ellas, de manera que pocas veces hacen daño. Éstas se alzan de un salto, muchas veces,
diez pies y más en alto, y arrojan el veneno de la misma manera, y dando en los vestidos,
los quema como fuego, y parecen en ellos diversas colores; y en arrojándolo, huyen
luego. Otras serpientes hay que llaman Anfisbuena: tienen dos cabezas, una en su lugar, y
otra en la cola, y también se vuelve y anda para la una parte como para la otra. Ésta
también parece en el tiempo que hace muy grandes fríos como cuando hace calor. Éstas,
dice Gaudencio Merula, que también las hay en Italia y en otras partes. En el principio
del verano se hallan muchas serpientes a los pies de las encinas y de otros árboles: son
pequeñas y tienen entre sí un rey que las gobierna, como las abejas, y éste se conoce en
que entre todas las otras tiene una cresta blanca, y en matándola, todo el rebaño huye y se
deshace. Así mismo, en las casas se crían serpientes o culebras mansas, que ningún daño
hacen, antes andan holgándose y retozando con los niños; y tiénese por mal agüero matar
alguna de ellas. Son todas las serpientes que he dicho, y otras muchas que hay, de
diversas colores, y algunas tan pintadas, que hacen a los que las ven pararse a mirarlas
muchas veces como a una cosa muy hermosa de naturaleza; y no solamente se hallan en
la tierra seca, que también las hay en las riberas del mar, que se crían dentro y fuera de
ella, y se mantienen de pescados, y no dejan de ser tan dañosas como las otras Y, entre
éstas, en la ribera de la provincia de Borgia, que es en el reino de Noruega, se halla ahora
una de tan maravillosa grandeza, que solamente oírlo espanta a los que lo oyen; y a los
que la ven pone grandísima admiración y temor; y hay tantos testigos y testimonios de
personas que la han visto, que no hay que dudar de ella. En la parte donde está hay unos
riscos y sierras muy ásperas y muy altas, así por la parte de la tierra como de la mar,
cubiertas en muchas partes de muy grande espesura de arboleda: aquí se ha criado esta
deforme bestia y espantable y temerosa. La cual, al juicio de los que la han visto, y
considerado su tamaño y hechura, la juzgan ser más larga que doscientos codos, y que en
ancho tendrá desde el espinazo a la barriga, más de otros veinte y cinco, y desde el cuello
hasta la cuarta parte del cuerpo tiene unos pelos del tamaño de un codo, y de allí atrás es
nidia o rasa, y cubierta por el lomo de unas escamas o conchas agudas. Los ojos tienen
tan resplandecientes, que de noche parecen dos fuegos encendidos, los cuales son causa
de salvarse muchas gentes del peligro que corrían estando cerca de ella, porque por ellos
la descubren cuando sale a buscar su pasto, que es bueyes, carneros, puercos, venados y
todos los otros animales bravos y mansos que puede hallar; y cuando no los halla y el
hambre la fatiga, vase a la ribera del agua, y allí se ceba de algunos pescados que vienen
a ella; y cuando por allí aportan algunos navíos, con tormenta o sin ella, que no tienen
noticia de esta serpiente, corren muy gran peligro si se acercan a la costa, porque se mete
por el agua y va derecha a ellos, aunque sea muy gran trecho, y ya se ha visto alzarse tan
alta como las gavias, y de allí tomar los hombres entre sus dientes y engullirlos enteros,
cosa por cierto que aun en decirlo y en oírlo pone temor: ¿qué hará a los que se hallaren
presentes a un espectáculo tan cruel y temeroso? Y si no acertara este animal a estar a
donde los pueblos están lejos, bastará para inficcionar y despoblar aquella tierra, y los
más cercanos viven con trabajo y temor.

LUIS. En verdad, que tenéis razón de encarecerlo tanto, que aun a mí en oírlo me pone
miedo; y no sé cómo las gentes de la tierra no buscan algún remedio para librarse de una
fatiga como ésta.
ANTONIO. No creáis que habrán dejado de procurarlo; pero no podrían hacer más.
BERNARDO. Paréceme que de Dios ha de venir el remedio, y será que el tiempo le
acabará la vida; pues los hombres no son poderosos para quitársela. Y no me maravillo de
que haya una sierpe tan grande como ésa, porque Plinio y Estrabón dicen, por autoridad
de Megastenes, que en la India hay serpientes tan grandes, que tragan un ciervo y un buey
entero, y también alega Plinio a Metrodoro, que dice que algunas son de tanta grandeza,
que alcanzan las aves que van volando en alto. Y en tiempo del Emperador Régulo, se
halló una, cerca de las riberas del río Bragada, que tenía ciento y veinte pies en largo, y
para ir a matarla, se puso en tanto orden un ejército de gente como si fueran a combatir
una poderosa ciudad; y así, no me maravillo de que esa serpiente viniese a ser de tanta
grandeza. Y también en las montañas que están en el Perú, que llaman los Andes, según
dicen todos los que han estado en aquella tierra, se hallan unas serpientes grandísimas
que con la vista espantan a los que las miran, y quien no las conociere, se tendrá por
muerto; pero son tan mansas, que ningún mal hacen: y aunque algunos se sientan muchas
veces encima de ellas, están quedas sin menearse, y si se menean, es muy despacio y sin
parecer que reciben alteración. Y así, los que las conocen, no les hacen daño ninguno; y
dicen las gentes de aquella tierra que solían estas serpientes ser muy bravas y
ponzoñosas, y que una mujer las encantó de manera que ella y todas las que después se
engendraron quedaron con aquella mansedumbre.
ANTONIO. La calidad de la tierra, o la que Dios puso en ellas, será lo más cierto que
hará eso. Y, tornando a lo que tratamos, cierto es de maravillar que en tanta frialdad,
como es la del Septentrión, se críen tantos géneros de serpientes ponzoñosas, con las
cuales no será pequeño el trabajo que pasarán las gentes, y principalmente los pastores;
que como andan lo más del tiempo en el campo, topan más veces con ellas; y así, están
siempre proveídos de los remedios necesarios, Y para que sepáis que no es sola esta
serpiente grande que habemos dicho la que se ha visto, también en una isla que se llama
Moos, no muy distante de las mismas montañas, se halla otra casi de su tamaño y poco
diferente de su hechura, la cual se ve pocas veces; y cuando parece, tienen por cierto que
ha de haber alguna mudanza o alteración en aquel reino; y así, hace a todos vivir
recatados y con cuidado. Y porque no nos detengamos en cosas tan llenas de ponzoña y
tósigo, pasaré adelante; y aunque podría decir las diferencias y calidades de muchos
árboles que en aquellas grandes frialdades y nieves y hielos se crían, tan grandes y tan
crecidos que de ellos se hacen todos los años muchas naos y mástiles de ellas, por muy
altos y gruesos que sean, no quiero alargarme en las particularidades de ellos, porque
difieren poco de los de acá, solamente diré de uno que llaman Betulnio que es grande y
grueso, y está verde siempre sin perder la hoja en todo el año; y la gente común, por esta
causa, le pusieron nombre árbol sagrado, no entendiendo su virtud y propiedad, la cual es
tan cálida que, contra todos los fríos, sustenta su verdura; y así, muchas serpientes hacen
sus cuevas y manidas entre sus raíces y se meten en ellas, porque allí se defienden con su
calor del rigor de las frialdades. Los otros árboles, que no pueden resistirlas, brotan sus
hojas y frutos en el verano, desnudándose de ellas generalmente en el invierno, y lo
mismo hacen las otras plantas y hierbas, de las cuales muchas son de las que conocemos
y usamos comúnmente entre nosotros; y otras son muy diferentes y que no han venido a
nuestra noticia.
BERNARDO. Yo estoy cierto de que en esas tierras será lo que en todas las otras, que es
diferenciarse, habiendo algunas mejores y otras peores. Pero bien será que no nos
detengamos en las cosas de tan poca importancia; y quiero entender si es verdad lo que en
el principio de nuestra plática y conversación tratamos, y es que si todas estas provincias
y tierras que se han nombrado son habitadas de cristianos, ¿por qué, siendo así, yo me
maravillo cómo acá no lo sabemos ni tenemos noticia tan particular de negocio tan
importante?
ANTONIO. Ninguna duda tengáis de lo que os he dicho; porque los del reino de
Noruega que es muy grande y de muchas provincias, Dacia, Dania, Suecia, Gocia,
Vuestrogocia, Suevia, Botnia, Elfinguia, Laponia, Lituania, Escamia, Finlandia,
Escandia, Gotlandia, Islandia y otros muchos reinos y provincias septentrionales que
llegan hasta los Hiperbóreos, y, entre ellos, aquellas que tiene y posee aquel gran Duque
de Moscovia y Emperador de los Rusianos, están debajo de la bandera y fe de Jesucristo,
aunque diferentemente: porque los unos tienen y creen lo que nuestra santísima y
Católica Iglesia Romana, obedeciéndola y estando sujeto a ella; y otros siguen la Iglesia
griega. Y algunos, también, en parte, siguen la Iglesia católica, teniendo juntamente
algunos errores que por allá se han sembrado: aunque ahora el mundo está tal y han
podido tanto las herejías de Alemania, que tengo temor de que hayan hecho en aquella
cristiandad algún daño, aunque hasta ahora no tenemos averiguada verdad de ello, ni se
sabe cosa cierta.
LUIS. ¿No me diréis si ese Emperador de Rusia que habéis nombrado, es tan gran Señor
como por acá se dice?
ANTONIO. No hay que dudar de que es tan grande, que ninguno se puede decir mayor
que él entre los príncipes cristianos; y los reinos y provincias que posee son muchos y
muy grandes, como lo entenderéis por los títulos que en sus cartas y provisiones pone; y
así, escribió una carta al Papa Clemente Séptimo, cuyo principio era éste: «El gran Señor
Basilio, por la gracia de Dios Emperador y Señor de toda Rusia, y así mismo gran Duque
de Bolodemaria y de Moscovia, de Novogrodia, de Plescovia, de Esmolenia, de Yseria,
de Yugoria, de Perminea, de Verchia, de Volgaria, señor y gran Príncipe de Novogrodia
la inferior, de Cernigonia, de Razania, de Volotechia, de Rozevia, de Belchia, de
Roscovia, de Iraslavia, de Belozeria, de Udoria, de Obdoria, de Condinia», etc. Fue esta
carta escrita en la ciudad de Moscovia, que es la principal, y de donde toma el nombre
toda la provincia, en el año de treinta y siete sobre quinientos.
LUIS. Esos reinos, tierras y provincias que habéis dicho y nombrado, ¿son todas de
cristianos?
ANTONIO. De creer es que sí, aunque yo no lo puedo afirmar por cosa cierta; que por
ventura habrá conquistado alguna o algunas donde las gentes permanecerán en sus
idolatrías; que la ley de Mahoma, por aquellas partes poca fuerza ha tenido; y con ser tan
gran señor, como es este Emperador, una provincia y nación de gentes que se llaman los
Finnos, y están debajo del Polo, son tan bravos y ásperos, que le tienen a raya, y no se
contentan con esto, que muchas veces entran por su tierra con ánimo de conquistarla.
BERNARDO. ¿De manera que la nación cristiana que está más cerca del Polo Ártico es
la de los Rusianos y Moscovitas?
ANTONIO. Vos decís verdad; pero eso es por una parte, que por las otras, está Botnia y
Finlandia, y otras que están debajo del mismo Polo; pero por la parte de Rusia y
Moscovia los cosmógrafos antiguos que más se adelantaron se detuvieron sin pasar
adelante de esta tierra, y en todos los mapas, si los miráis, la ponen la postrera al
Septentrión, y si pintan otra alguna, es sin nombre; pero los modernos, como os he dicho,
adelántanse en otras provincias por unas partes y otras; y con todo esto tengo entendido
que es muy gran parte del mundo la que por allí está sin descubrir, así en lo de Biarmia
superior, que está de la otra parte del Norte, como en la tierra que se extiende hacia el
Occidente; y también lo que da vuelta al Septenrión y de allí la vía del Oriente, por la
cual estos moscovitas caminan con sus mercadurías y salen de sus términos entre los
Tártaros.
Si queremos seguir la generalidad con que nombramos los de aquellas tierras que van a
las partes Orientales más de cuatrocientas y quinientas leguas, y lo principal en que tratan
y llevan de sus tierras son muy preciosos aforros y de muchas suertes. Son estos
moscovitas astutos, sagaces, hombres que guardan mal su palabra, y sobre todos son
crueles: y así, dice Alberto Grantecio que viniendo un Embajador de Italia a un Duque de
Moscovia, porque se cubrió la cabeza al tiempo que hacía su embajada, le mandó matar;
y alegando el Embajador que era uso de su patria, y preeminencia de los embajadores que
venían de parte de poderosos príncipes, respondió que no quisiese Dios que él quitase tan
buen uso; y para confirmarlo, mandó que le clavasen el bonete o gorra con dos clavos
muy grandes y agudos en la cabeza, con que luego cayó muerto.
LUIS. ¿No me diréis, pues tan buena noticia dáis de todo lo de esa tierra, qué tierras o
provincias son de ellas las que de poco acá se han descubierto y se tratan y conversan con
España, como son la tierra que llaman del Labrador, la tierra de Bacallaos y otra Tierra
nueva, de adonde se proveen ahora de grande abundancia de pescados?
ANTONIO. Para deciros la verdad, yo no lo sé; pero lo que sospecho, y aun tengo por
cierto, es que sean algunas partes o cabos en la mar de las provincias y reinos
septentrionales que habemos dicho; y que los que de acá van, por no conocerlas, las
nombran de otra manera, poniéndoles vocablos y nombres nuevos; y aunque la tierra que
llaman del Labrador hasta ahora no se ha acabado de descubrir si es tierra firme y por
más cierto se tiene que sea isla, y que por estar más lejos que las otras y más hacia el
Occidente los septentrionales no habrán tenido tanta noticia de ella; y así, los que allí han
aportado y la han visto dicen que sus moradores parecen hombres salvajes y como quiera
que sea, entended que es casi imposible acabar de entender ni saber todo lo que en
aquella parte del mundo hay; y la causa principal no es tanto por no poder descubrirse,
como por la diversidad de los nombres de las tierras, reinos y provincias que se mudan y
truecan cada día; que así como ahora no hay ninguno de los antiguos, ni se ha conservado
hasta nuestros tiempos ni aun apenas tenemos memoria de ellos, que también las ciudades
y pueblos, montes, sierras y valles se nombran por nombres diferentes. Y también los
autores que escriben de ellos, y aun los que tratan y conversan en las mismas tierras, unos
las nombran de una manera, y otros de otra; y de aquí viene que, como hablamos cada
uno su lenguaje diferente, no nos entendemos, y acaece a hablar por ventura de una
misma tierra o provincia, y pensamos o juzgamos que la una está apartada de la otra mil
leguas, por nombrarla diferentemente, como ya hemos dicho de las tierras que conservan
españoles y otras naciones que tratan en pescados, y sabiendo que están entre las tierras
septentrionales y occidentales que habemos nombrado, no sabemos cuáles de ellas son; y
así, por esta causa, tenemos tan confusa noticia de todas ellas y también de las de oriente;
porque como unos cosmógrafos las nombran de una manera, y otros de otra, los que son
más modernos interprétanlo y decláranlo cada uno conforme a lo que le parece; y muchas
veces difieren en cosas muy principales; y esto cáusalo la variedad que hay en el mundo:
que así como cada año se visten los árboles, las plantas y hierbas, y se despojan y tornan
otra vez a renovarse, y mueren unos hombres y nacen otros y acaece lo mismo en los
animales, aves y pescados y en todas las otras cosas, así acaece y sucede lo mismo en lo
de los nombres de las mismas cosas, que también con el tiempo se pierden y truecan y
mudan, y dejan unos nombres y vocablos y reciben otros diferentes. ¿Queréislo ver?
Tomad a los cosmógrafos que más particularmente trataren de España, nombrando las
provincias y ciudades de ellas con otras cosas particulares, como son Tolomeo y Plinio, y
no hallaréis seis nombres que conformen con los que ahora nosotros nombramos. Y por
ventura, de hoy en mil años habrán perdido éstos y recibido otros; y así como habemos
conocido al mundo con estas condiciones, habemos de entender que no las perderá en los
siglos venideros, hasta que se acabe; y tened por cierto que aun en los lenguajes tendrá
esta propriedad y fuerza: que aunque ahora nos parezca que se habla en Castilla el más
polido y delicado romance que se pueda hablar, los que vendrán después de nosotros
algunos años lo hablarán tan diferentemente que lo que se hallare escrito de nuestros
tiempos les parecerá a ellos tan bárbaro como a nosotros nos parece el romance de
algunas historias antiguas que se hallan de España; y entenderéis esto porque de treinta o
cuarenta años a esta parte hallaréis muy gran multitud de vocablos mudados e inventados
ahora nuevamente, perdiéndose los unos y usándose los otros; y de esta manera cada día
se inventan de nuevo; y aunque no sean buenos, el uso hace que lo parezcan, como
acaece en todas las otras cosas, que sólo el uso basta y tiene fuerza para hacerlas parecer
mal o bien.
BERNARDO. Bien entendido está que es verdad todo lo que decís; pero volvamos a la
plática primera, y hacedme entender: si los vecinos de esas tierras septentrionales que
están comarcanas a las de los cristianos son idólatras, los cuales parece que están
aparejados para recibir y guardar la fe cristiana, ¿cómo no se pone diligencia en
convertirlos a todos ellos?
ANTONIO. Razón tenéis en decir que con mayor facilidad se convertirían que los de las
otras tierras inficionadas con la falsa secta de Mahoma. Porque los moros, como tan
mortales enemigos nuestros, la mayor fuerza que ponen es en estorbarlo, y así, Enrico,
rey de Suecia, y Enrico, Arzobispo Upsalense, pusieron grandísima diligencia en
convertir la provincia de Finlandia, que es de las más septentrionales que se saben y
adonde los días y noches crecen casi hasta los seis meses, y han salido tan buenos
cristianos y gente de tan gran virtud y hospitalidad, que lo principal en que se ejercitan y
entienden es en hacer buenas obras; y lo mismo, como ya dije, hacen los de Botnia, así en
las unas partes como en las otras, y tienen sus parroquias, adonde son servidos de
presbíteros que tienen cuidado y cargo de ellos. Y en todas las otras tierras alderredor de
éstas están aparejados para convertirse: pero es grandísima lástima ver que se pierdan por falta de gentes que entiendan en predicarles y persuadirles a ello, por ser regiones tan
frigidísimas, que no hay sacerdotes que se atrevan a poder pasar ni sustentar en ellas la
vida; aunque si lo intentasen, Dios, en cuyo servicio lo hiciesen, proveería de fuerzas y de
todo lo que más fuese necesario; y así, se puede esperar que, poco a poco, vendrán todos
a meterse debajo del yugo de la Fe católica, y que no faltarán gentes que quieran
aventurarse a hacer esta buena obra, porque ellos mismos lo piden: que es cosa cierta y
muy averiguada que en los confines de Noruega y en los de Botnia y Finlandia vienen los
hombres y mujeres de treinta y cuarenta leguas adentro de la tierra, cuando el tiempo se
abre y las nieves y los hielos les dan algún lugar, y traen metidos en unos cestos y puestos
en las espaldas, y los que pueden en bestias, los niños de cuatro y seis meses y algunos de
un año, y de más, y los llevan a las iglesias, y piden el santo Bautismo y ser instruidos
con reglas y preceptos para poder vivir como cristianos; y cuando pueden, traen sus
diezmos y primicias; y cuando ignoran lo que están obligados a hacer como cristianos,
confórmanse con la ley de naturaleza, obrando lo que les parece que es bueno y virtud,
huyendo de lo que les parece malo y vicioso; y lo mismo es de creer que harán los de las
provincias que están cercanas a las que posee el Emperador de Rusia y Moscovia.
LUIS. No dudo yo de eso; y, cierto, la cristiandad de esas tierras es más de la que yo
pensaba; y conforme a lo que decís, hay grande aparejo para poderse alargar mucho más,
pues son tantos y tan poderosos los reyes y príncipes y señores cristianos septentrionales.
¡Plega a Nuestro Señor que ponga su mano en ello, de manera que todos los que quedan
se conviertan, y le sirvan debajo de la bandera de nuestra santísima fe y católica Iglesia
Romana, para que puedan salvar sus ánimas!
ANTONIO. Ya me parece que es hora para que nos recojamos, que si la noche no
hubiera venido y tan oscura, bien nos pudiéramos alargar en otras muchas cosas que
quedan por decir, las cuales dejaremos para cuando, placiendo a Dios, el tiempo nos diere
lugar; y de lo que hoy se ha tratado, con que nos habemos entretenido en tan buena
conversación, demos las gracias a los autores que lo han escrito, y dejado noticia de ello
en sus obras, y principalmente a Olao Magno, Arzobispo Upsalense, Primado de Suecia y
Gocia; porque lo más ha sido suyo, como de persona curiosa y que quiso que
entendiésemos así las cosas de su patria y naturaleza, como lo de las otras tierras
septentrionales que hasta ahora han sido tan incógnitas, que se tenían por inhabitables y
desiertas. Y pues éstas se habitan, a lo menos, la mayor parte de ellas, bien podremos
creer que lo mismo será en las otras que quedan por descubrir, así alderredor de este Polo
Ártico, como en lo del otro Polo Antártico, pues ya se han visto señales e indicios de ello,
por lo que los que han ido descubriendo en las Indias Occidentales han hallado.
BERNARDO. Brevemente habemos rodeado el mundo y escudriñado sus secretos y
maravillas; pero yo hago cuenta que lo que habemos dicho es una cifra de lo que queda
por decir; y con todo esto no ha sido poco lo que nos habemos atrevido a decir de cosas
nuevas.
ANTONIO. Comencémonos a recoger, que ya es tarde. Y porque yo dejé mandado en mi
posada que estuviese aparejada la cena para todos, a ella nos iremos juntos.
LUIS. ¿Quién se hará de rogar en cosa de su provecho? Hágase como, Señor, lo
mandareis y comencemos a caminar.
Sit nomen Domini benedictum.
FIN