Felix Schlayer (1873-1950)

Felix Schlayer Gratwohl (Reutlingen, 1873-Torrelodones, 1950) fue un ingeniero y empresario alemán, que vivió alrededor de 50 años en España y fue cónsul de Noruega en Madrid durante el primer año de la guerra civil española 1.

Prácticamente desconocido por el gran público hasta fechas recientes, de acuerdo con su testimonio, salvó la vida a más de 900 personas en los primeros meses de la guerra en Madrid. Fue también el primero que relató las persecuciones, los asesinatos políticos masivos y las torturas de las checas en el Madrid republicano de 1936 en su obra <strong>Diplomat im roten Madrid (1938), obra no traducida al español hasta 2005 con el título Matanzas en el Madrid republicano. Paseos, checas, Paracuellos…, y publicada con nueva traducción en 2008 con el título de Diplomático en el Madrid rojo.

Gross Asyl Noruega (1936-1939)

En julio de 1936, al estallar la guerra civil española, era el encargado de Negocios de la Embajada noruega en Madrid. Al encontrarse fuera de España el embajador noruego, ocupó el puesto de cónsul de Noruega. Durante el año que permaneció en su puesto como diplomático en la España republicana salvó la vida de unos 900 refugiados, a los que acogió en la residencia del embajador (José Abascal 27, hoy 47) e intercedió ante el gobierno en varios casos, incluso facilitando en algún caso salvoconductos para escapar, por lo que José Manuel Ezpeleta —uno de los máximos especialistas en las matanzas de Paracuellos de Jarama (vocal de la Hermandad de Nuestra Señora de los Caídos de Paracuellos de Jarama), y prologuista de la edición de las memorias de Schlayer— le ha considerado como el Schindler español.

Refugiados en el asilo noruego.

En noviembre de 1936 descubrió y afirmó haber dado testimonio a las autoridades republicanas de la matanza en Paracuellos de Jarama y Torrejón de Ardoz de más de cuatro mil personas que estaban detenidas en las cárceles de Madrid. Permaneció en su puesto en Madrid hasta julio de 1937, en que abandonó la España republicana junto a su esposa, de forma precipitada, según su testimonio, cuando estaba a punto de ser detenido por las milicias republicanas. Posteriormente estuvo en la zona sublevada en fecha indeterminada —Schlayer cita en su libro su presencia en Salamanca, cuartel general de Franco, durante la guerra, lo cual sólo pudo tener lugar tras su salida de la zona republicana y antes de la publicación de su libro—.

Regresó a España al finalizar la guerra civil y, ya con casi setenta años, se quedó a vivir en Torrelodones (Madrid), donde ya había residido antes de la guerra. El 7 de marzo de 1940 testificó en la Causa General —un gran proceso judicial abierto por los vencedores de la guerra civil para informar «de los hechos delictivos y otros aspectos de la vida en zona roja desde el 18 de julio hasta la liberación». Falleció en Madrid en 1950.

Lejos de mí cualquier intención propagandística. Sólo espero que cada cual sepa extraer de mis escritos sus propias conclusiones.

El libro, que recoge de forma minuciosa y con numerosos detalles tanto los horrores que vio (los hacinamientos en las cárceles, los paseos y los cadáveres al borde de la carretera) como su labor humanitaria en el Cuerpo Diplomático, denuncia la pasividad o, en algunos casos, connivencia, de las autoridades de la Segunda República Española con las persecuciones y los asesinatos masivos. También recoge su versión de la entrevista que mantuvo con el nuevo delegado de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid, Santiago Carrillo, al que afirmó haber transmitido las informaciones de que disponía sobre los transportes de cientos de presos que en ese momento se estaban produciendo desde la cárcel Modelo y la de Porlier con destino incierto. Según su versión, Carrillo y el general Miaja afirmaron no saber nada al respecto. Pese a prometer investigarlo, dichas sacas se siguieron sucediendo en los días posteriores. El destino de las mismas fue descubierto por el propio Schlayer días después.

«Los autobuses que llegaban se estacionaban arriba en la pradera. Cada 10 hombres atados entre sí, de dos en dos, eran desnudados -es decir, les robaban sus pertenencias- y enseguida les hacían bajar a la fosa, donde caían tan pronto como recibían los disparos, después de lo cual tenían que bajar los otros 10 siguientes, mientras los milicianos echaban tierra a los anteriores. No cabe duda alguna de que, con este bestial procedimiento asesino, quedaron sepultados gran número de heridos graves, que aún no estaban muertos, por más que en muchos casos les dieran el tiro de gracia».

«Me dirigí al único que estaba de guardia -un miliciano-, y dando por sabido lo ocurrido, le pregunté sin rodeos dónde habían enterrado a los hombres que fusilaron el domingo. El hombre empezó a hacerme una descripción algo complicada del camino. Le dije que sería mucho más sencillo que nos acompañara y nos enseñara el lugar; me hizo caso, se colgó el fusil y nos condujo hasta ahí. A unos 150 metros del castillo se metió en una zanja profunda y seca que iba del castillo al río, y que llaman «Caz»; era una antigua acequia. Ahí empezaba, en el fondo de dicha zanja, un montón de unos dos metros de alto de tierra recientemente removida. Lo señaló y dijo. «Aquí empieza». Reinaba un fuerte olor a putrefacción; por encima del suelo se veían desigualdades, como si emergieran miembros; en un lugar asomaban botas. No se había echado sobre los cadáveres más que una fina capa de tierra. Seguimos la zanja en dirección al río. La remoción reciente de tierra y la correspondiente elevación del nivel del fondo de la cacera tenía una longitud de unos 300 metros. ¡Se trataba, pues, de la tumba de 500 a 600 hombres!».

Schlayer narra en su libro el descubrimiento de fosas comunes en los aledaños del río Henares, en Torrejón de Ardoz, y también más allá del Jarama, en Paracuellos, al tratar de localizar el rastro de Ricardo de la Cierva Codorníu (hermano de Juan de la Cierva, inventor del autogiro; hijo de Juan de la Cierva Peñafiel, varias veces ministro de Alfonso XIII; y padre del historiador Ricardo de la Cierva), joven abogado que trabajaba para la embajada noruega y cuya casa había sido registrada más de una docena de veces.

Esta obra constituye el principal testimonio coetáneo y directo de la matanza de Paracuellos, la mayor masacre colectiva perpetrada en la zona republicana durante la guerra civil española. Asimismo, documenta sus entrevistas con diversas autoridades republicanas –desde varios miembros del Gobierno, a generales republicanos y jefes de policía–, a los que trató de persuadir de forma insistente para que impidieran los crímenes contra inocentes. Recoge también los esfuerzos humanitarios del conjunto del Cuerpo Diplomático presente en Madrid para proteger la vida de personas perseguidas, y sus numerosas visitas humanitarias a los hospitales y las cárceles madrileñas para proteger la vida de los presos, e incluso a algunas de las checas más temidas como la de la calle Fomento 9.

También se ha publicado su autobiografía Ein Schwabe in Spanien, Hohenheim 2006, no traducida al español, donde proporciona información de gran interés. Narra por ejemplo su entrevista con Franco por la que se establece un intercambio de prisioneros entre los dos bandos en lucha.

Bibliografía
Leopoldo Huidobro Pardo. Memorias de un finlandés. Ediciones Españolas, 1939.
Mario Crespo Ballesteros. fgf

  1. Se estableció en España en 1895, a los 22 años, como empresario de maquinaria agrícola. Fue el inventor del «Heliaks» (Helico Axial Machine), una máquina trilladora helicoaxial, si bien es por su papel como diplomático, ya pasados los sesenta años de edad, por lo que se le recuerda. En 1910 se incorporó al cuerpo consular noruego en Madrid.