Alonso de Castillo Solórzano: «La quinta de Laura» (1649)

La quinta de Laura es una colección póstuma de novelas cortas de Alonso de Castillo Solórzano, el autor de relatos breves más prolífico del siglo XVII. Compuso cincuenta y seis novelas cortas que se publicaron, de forma casi ininterrumpida, entre 1625 y 1649. Su abundante producción le convierte en uno de los representantes más significativos del género en España.

Siguiendo el modelo del Decamerón de Boccaccio, La quinta de Laura reúne a la hija del conde Anselmo y a sus damas de compañía que la entretienen narrando por turno una historia. Sus relatos, tan amenos como diversos, ofrecen una imagen variada de la feminidad, alternando las representaciones estereotipadas y convencionales con otras que se alejan del modelo vigente en la
sociedad española del Siglo de Oro.

En el relato «La inclinación española», se narra el conflicto dinástico armado -tras la muerte de Éric XIV- por el trono de Suecia entre el destronado Segismundo (de allí el nombre del héroe de La vida es sueño), aún rey de Polonia -desterrado de Suecia en su infancia- y su tío paterno Carlos, entonces rey de Suecia, que había usurpado el trono apoyándose en argumentos religiosos (Segismundo, retoño de Juan III y Catalina de Jagellón, era de familia católica y medio polaco). A pesar de que a Carlos IX se le trata de «rey de Suecia» en la novela, es presentado como hereje, usurpador y caudillo del ejército enemigo, instando al lector a tomar, como los protagonistas polacos y españoles, el partido del legítimo heredero injustamente destronado. Pero lo más contundente es que se trata de una novela en clave (roman à clef), en que el personaje llamado Carlos es un joven oficial castellano (¡bautizado en honor a Carlos V!), mientras el «rey de Suecia» enemigo, el hereje usurpador, atiende por Floriseo, y, en una escena de obvio cumplimiento de deseos, es hecho prisionero de los buenos polacos (ya que ni a Carlos IX ni a su hijo mayor Gustavo Adolfo les sucedió este percance). El príncipe heredero sueco no se llama Gustavo Adolfo, sino Felisardo, y es el falso héroe que, a la par que su padre usurpa el trono de Suecia, Felisardo se hace con la identidad de Carlos y con su prometida la infanta polaca, y goza de honras ajenas (de tal palo tal astilla):

Continuóse la guerra, y por no ser largo en referirla por menudo, digo que la última
batalla que se dio, que fue la campal, habiendo peleado los reyes por sus personas, vio el de
Polonia hacer hechos portentosos Carlos. Hallóse el Rey sin caballo, que se le habían muerto, y él apeándose del suyo se le dio, y a fuerza de armas cobró otro, con que se metió por lo más peligroso de la batalla, hiriendo y matando a cuantos topaba hasta llegar a encontrarse con el estandarte real del rey de Suecia, que iba cerca de él; allí, ayudado de solo su valor, se entró por lo peligroso de las armas, y pudo prender al rey Floriseo de Suecia, encomendándole a cuatro soldados que eran de su compañía, y él yendo delante haciendo con su espada lugar hasta que le dejó en puesto seguro en una tienda de su maestre de campo. La batalla tuvo fin con la muerte del rey de Dinamarca, con que el ejército se desbarató y puso en huida, siguiendo el alcance lo que duró el día la gente del Polaco. Con esto se retiraron los de Polonia, y el maestre de campo, a quien se entregó el rey de Suecia preso, quiso ganar las gracias con lo que Carlos había peleado a costa de su sangre; y así, tomando al Rey en su compañía, le llevó a la tienda del de Polonia y se le presentó, diciendo que él por su persona le había preso.
Llegó a besar la mano al Rey, el cual le echó los brazos al cuello, diciendo:
—Bien sea venido el nuevo Aquiles de mi ejército; llegad, Carlos, que así me dicen os
llamáis, que quiero honraros con el cargo que vuestro maestre de campo ha perdido por
ambicioso, pues deseaba quitaros la gloria que vos merecisteis a costa de vuestra sangre, por

haber preso al rey de Suecia; este os doy con cuatro mil escudos de renta.
No permitió el Rey que el de Suecia se alojase fuera de su tienda, y así le tenía en su
compañía, siendo este agasajo algún consuelo para la pena de su prisión. En dos sillas estaban sentados los reyes cuando acertó a venir a la tienda Felisardo, el cual, mientras duró la batalla, ahorrándose de peligros, se había retirado fuera de ella, y desde el lugar que escogió para seguro de su persona vio toda la refriega, y ahora venía entre la tropa de la gente a ver al Rey; pues como entrase en la tienda acertó a poner en él los ojos su padre el de Suecia, el cual, sin poderse contener, se levantó con los brazos abiertos, y se fue para su hijo, diciendo:
—Felisardo mío, en buen hora te vean aquí mis ojos, que tanto han sentido tu ausencia, y
el no saber dónde estabas.
No pudo Felisardo huir el cuerpo a este impensado suceso, y así toda su máquina dio en
tierra, con pedirle al Rey su padre la mano y besársela. Novedad se le hizo al Rey ver el favor
que el de Suecia hacía al que tenía por Carlos, caballero de su corte; y así le preguntó que de
dónde conocía a Carlos.
—A Felisardo dirá vuestra alteza —dijo el sueco—: conózcole de que es el heredero de
mis estados y príncipe de Suecia.
Volvió el polaco con esto al príncipe, y díjole:
—¿Vos no sois Carlos el que yo tuve recluso en una cueva?
—No, Señor, dijo Felisardo, si bien es verdad que en esa cueva me retiré temiendo ser
conocido en vuestra corte, por las diferencias que entre vuestra alteza y mi padre había.
Cenaron los dos reyes y el príncipe Felisardo juntos…
Después vi que el venir a la guerra lo hizo de mala gana, antes procuraba excusarlo
con pedirme el oficio de alcaide de mi alcázar. Aquí sé cuan mal ha probado, pues en esta
batalla última me han informado que infame y encogidamente se retiró de pelear, cuando
todos hicieron su deber en mi servicio. Este joven que he tenido por Carlos ha parecido ser
Felisardo, príncipe de Suecia; él me ha dicho que salió del encerramiento de Carlos, y por no
ser conocido se valió de la astucia de ser tenido por él. A mí bien me pudo engañar, que nunca vi a Carlos, más a ti no puede ser. Yo deseo salir de esta confusión, y para eso te he enviado a llamar. Pues estamos solos, dime la verdad de lo que en esto sabes con claridad, porque de no lo hacer, no tienes segura tu cabeza.
Llevóse (el rey polaco) al rey de Suecia y a su hijo Felisardo consigo, teniéndolos en su
corte en forma de presos, sin salir de un cuarto de su palacio, que era no poca pena para
Felisardo, porque estaba muy deseoso de galantear a la hermosa Sol, con quien deseaba casar, y así le había dado de esto parte al Rey su padre.
En medio de estas felicidades fue el cielo servido de querer llevarse al rey de Polonia.
Dióle una enfermedad en tiempo que los reyes de Dinamarca y Suecia trataban de medios de
paz. Esta se hacía con ofrecerle feudo cada año, y así se concertó. Tenía el enfermo Casimiro
noticia de cuan gran soldado era el rey de Dinamarca, y también la tenía del encogido ánimo
del príncipe de Suecia, y así escogió al primero para yerno suyo, casándole con la segunda
hija; esto dispuso hacer, aunque no lo publicó hasta que vio que su mal se aumentaba,

manifestando los médicos que estaba muy de peligro.
A todo esto no le replicó vasallo, antes todos con mucho gusto se holgaron tener a Carlos
por su rey, el cual, besando la mano a Casimiro, dio la mano a Sol, desposándolos el
arzobispo de Cracovia, que se halló presente: lo mismo hizo el de Dinamarca con Claudomira, y Felisardo con Clarista, que fueron llamados allí para este efecto, estando de ello muy gustoso el rey de Suecia. Apretóse el mal del polaco, con que murió dentro de tres días; hiciéronsele suntuosas exequias, y acabadas, fueron luego jurados por reyes de la Polonia Carlos y Sol, con que los lutos se convirtieron en fiestas; los demás señores se fueron a sus retiros con sus esposas, donde vivieron con mucho contento, y Carlos mucho más, que fue muy valeroso rey.

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