Norah Lange (1905-1972), la musa del ultraísmo porteño, era hija del noruego Gunnar Lange y de Berta Erfjord, porteña de padre noruego y madre irlandesa, fue la cuarta de seis hijos. Llamativa por su condición de pelirroja, se destacaba por su audacia para irrumpir en ámbitos hasta entonces reservados a los varones.
45 días y 30 marineros (1933) es el relato novelado de un viaje hecho por la autora entre Buenos Aires y Oslo en 1927 en un barco de carga. Única mujer a bordo, la protagonista (Ingrid) queda presa de las tentativas de seducción excesivas de parte de los marineros noruegos, y en particular del capitán. Todos quieren acostarse con ella entre borracheras y fiestas perpetuas. Ingrid, ya desde los primeros capítulos, desconfía de ellos y los desafía constantemente, siguiendo en eso las recomendaciones de su madre en el primer capítulo. La meta del viaje, desvelada al lector al final, consiste en volver a encontrar a su hijo de ocho meses en Oslo.
Soy la única que ha pernoctado en barco de mesurada tarifa e inexistentes viáticos. Mi libro anterior rememora esa hazaña, por más que un erizado pudor me impidiera destacar que el puerto de Buenos Aires atestiguó mi partida hacia Noruega, adosada al trigo, al cemento, a las manzanas, adjunta a una sola libra esterlina en malhumorado bolsillo, una sola libra tan desprovista de carácter que se dejaba influir por la menor variación barométrica, y para la cual hasta el paso de la línea resultó inoportuno. (t. 2, 429)
Con ocasión de una de las escalas, Ingrid baila el tango Julián, y una vez de vuelta en el barco, dice al capitán:
¿Conoce el tango «Julián»? Apuesto que no sabría bailarlo. Hay que ser argentino para esto…
La petulancia de su voz lo enerva más.
– Argentino! Psh! Usted no es argentina. Su sangre es noruega…
No le deja proseguir en esa disertación sobre los glóbulos rojos. Conoce ya la escasa importancia que implica para los noruegos una carta de ciudadanía, el nacimiento, la educación, el cariño, y acaso, por encima de todo, la predilección, por inaudita que parezca. (255-256)
Narrada en tres capítulos, la fiesta nacional noruega de 17 de mayo queda totalmente vaciada de su contenido nacional, totalmente descontextualizada, como si el barco fuese un espacio neutro: es, ante todo un pretexto a una tentativa de seducción, e incluso de una tentativa de violación de parte del capitán, en el capítulo XVIII: la locura alcohólica del capitán es pues, para la instancia narradora, lo único que cuenta en la fiesta. En efecto, el capitán intentó abrir la puerta de la cabina de Ingrid con una llave, sin resultados. Esto tiene como consecuencia una carta de Ingrid, llena de reproches y retirando, para ella, su título al capitán.
Lo más destacable, en el relato de la fiesta noruega, es que Ingrid escriba al capitán. Ingrid pasa a ser, entonces, una mujer que escribe en el agua, proceso que podemos leer como una metáfora de la autora escribiendo la novela. En este sentido hay una verdadera descontextualización para recontextualizar la novela en su sentido primero, es decir el proceso de escritura, de novela iniciática no sólo para Ingrid, sino también para Lange. Después de esta carta, el capitán llora, pide disculpas a Ingrid, quien retira su carta. Pasa a ser, entonces, una mujer que escribe, y que reescribe. Esta celebración de la fiesta noruega emblematiza escritura. Al escribir, Ingrid señala por fin que el barco es un espacio de escritura, una puesta en abismo del proceso narración, que vale más que la celebración de la fiesta noruega.